lunes, 14 de noviembre de 2011

FRAY SIMPLICIANO, FRANCISCANO LEGO DEL CONVENTO DE TERUEL.

A propósito del fraile mendicante
 que visitaba los pueblos del Rincón de Ademuz, 
pidiendo para el convento de san Francisco en Teruel.


El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad”.
Ludwig van Beethoven (1770-1827), 
compositor y músico alemán.


            En una homilía durante las pasadas Fiestas Patronales de Torrebaja (Valencia), don Antonio –me refiero a don Antonio Villanueva Hernández (Torrebaja, 1947)- hizo referencia a un fraile lego del convento de San Francisco en Teruel. Hacía mucho tiempo que nadie mencionaba a aquel humilde franciscano, y muy pocos entre los asistentes le reconocerían; sin embargo, cuando el cura preguntó por su nombre varias voces entre la feligresía le nombraron: “Fray Simpliciano, le llamaban fray Simpliciano...” –imposible haber encontrado nombre más apropiado para él, pues su traza e indumentaria reflejaban su mansa condición como hijo del divino santo de Asís.

Representación de San Francisco en "La Maestá", obra de Giovanni Cimabue (1240-1302) en Asís (Italia).
            El motivo de aludir al franciscano en la predicación vino motivado por la fractura –léase rompimiento o tensión social- que don Antonio había observando en el pueblo: caras largas, distanciamiento y miradas esquinadas entre grupos y personas tras el cambio electoral ocurrido en las últimas municipales del 22-M, en las que los socialistas ganaron las elecciones tras treinta años de gobierno popular.[1] Demostrando su sólida formación pedagógica, el orador hizo una catequesis magistral, recurriendo a sus recuerdos de infancia, en los que aparecía fray Simpliciano sentado en los peldaños de la escalera de un portal frente al café Los Cesáreos de Torrebaja (Valencia):
  • <... el fraile estaba sentado en unos escalones frente al café, era un día de otoño o invierno, y hacía mucho frío. El hombre calzaba abarcas sin calcetines y tenía los pies enrojecidos y llenos de rozaduras, con sabañones y grietas entre los dedos... Recuerdo que me produjo una fuerte impresión, tanto que se lo comenté a mis padres, que fueron a buscarle y le trajeron a casa... Y mi padre –se refiere a don Antonio Villanueva Garrido (+1959), farmacéutico- allí mismo en la botica le curó las heridas con algún desinfectante y le puso unas tiritas en las rozaduras [Sus padres] incluso le ofrecieron unos calcetines, que en su candor el fraile rechazó, alegando que podría ser pecado, pues la norma de su orden le prohibía llevar ese tipo de prendas... Incluso le puso reparo a las tiritas, pensando que quizá le procuraban demasiado alivio a la fría desnudez de sus pies...>

Los recuerdos del predicador tenían una clara intención catequética, esto es, ilustradora y formativa, aludiendo a que si una tirita –la tirita de fray Simpliciano- no bastaba para unir las desavenencias y tensiones entre los vecinos mal andaban las cosas. Como broche de su explicación, don Antonio regaló a los asistentes una tirita, que los monaguillos fueron repartiendo entre la feligresía. Yo todavía guardo aquella tirita, como recordatorio de que si una tirita no es capaz de curar las heridas producidas por las divergencias ideológicas de los vecinos significa que el daño que sufren es grave; como poco de pronóstico reservado...

Detalle de San Francisco en "La Maestá", obra de Giovanni Cimabue (1240-1302) en Asís (Italia).

Pero la finalidad de mi artículo no es conciliadora ni intermediaria, tampoco moralista, sólo evocadora e historiográfica; pues creo que la imagen del lego pidiendo por las calles de Torrebaja –y otros pueblos del Rincón de Ademuz- refleja el fin de una época, un momento de transición donde lo pasado tendría poco que ver con el porvenir. Mis recuerdos del franciscano son borrosos, pues yo era entonces muy chico; sin embargo, le evoco con un saco al hombro, el cuerpo menudo, la cara enrojecida por el frío, los ojos acuosos y pequeñitos, la vestimenta de sayal ceñida con cordel y un rosario pendiente: un hábito que le venía corto, dejando al descubierto sus pies lacerados, metidos en rústicas abarcas... No obstante, para quien no le recuerde o desconozca la estampa del lego mendicante le recomiendo contemplar “La Maestá” de Giovanni Cimabue (1240-1302) donde aparece una representación del bienaventurado San Francisco, y las pinturas de Giotto di Bondone (1267-1337) donde se personifica su vida y milagros, y le servirán para imaginárselo mejor. Igualmente, sugiero ver dos interesantes películas sobre el santo de Asís: “Hermano sol, hermana luna” (1972) de Franco Zeffirelli, donde se narra el proceso de conversión de san Francisco con un lenguaje optimista lleno de encanto, colorido y belleza; y “Francesco” (1989) de Liliana Cavani, como contrapunto de la anterior, para complementar esta exégesis cinematográfica y teológica de su vida. Asimismo, hay dos obras literarias sobre la vida de este varón ejemplar que aconsejo: la novela “El pobre de Asís” (1956) de Nikos Kazantzakis (1883-1957) y una biografía “San Francisco de Asís” (1923) de Gilbert K. Chesterton (1874-1936), ésta última de gran calado intelectual: 
  • Los santos viven en la eternidad y en el tiempo, participan de Dios y de la historia, pero la intemporalidad de San Francisco es más evidente porque su lenguaje, que es el del amor y del corazón, llega a lo más profundo del ser humano. La santidad es la plenitud en el amor, pero en la unión con el Amor hay moradas y creemos que el hombre Francisco llegó a la más cercanaChesterton, dixit-.

            Acerca de la estancia de fray Simpliciano -nuestro singular “poverello” en el Rincón de Ademuz- he podido recoger varios testimonios de personas que le conocieron y trataron. El vecino Juan Herrero Hernández (Ademuz, 1922), recuerda:
  • <Este hombre que dices –se refiere a fray Simpliciano- era un fraile de Teruel que venía a pedir a Torrebaja y otros pueblos del Rincón, pero no sé cómo se llamaba; sí, por aquí venía muy de continuo y lo mandaban del convento de franciscanos a pedir por estos pueblos. Tenía mucha confianza con el tío Jesús el Posadero –se refiere a Jesús Lagunas Cortés- que vivía en Las Eras, junto a la ermita de san Roque; porque cuando venía en invierno el fraile se metía en su casa a calentarse; claro, porque hacía mucho frío... No recuerdo que llevara hábito de fraile, pero sí que iba medio descalzo, con abarcas... De Teruel lo mandaban también a la zona de Valencia donde se cría el arroz y según decían allí recogía cuatro o cinco mil kilos... Aunque parece mucho arroz para ser de limosna. Claro, allí pasaba un par de meses y su destino era pedir: no sé lo que harían después los frailes con el arroz, si lo vendían o lo repartían entre sus conventos, no sé... Pero la faena de este hombre era pedir... Parecía buena persona, bajito de estatura, pelo corto, no sé si llevaba un carrito de mano o un saco para ir por las casas, no recuerdo... Pero sé que era de Orrios, un pueblo de Teruel más allá de Alfambra. Llegaba a las casas y tocaba, y cuando le abrían decía: “Ave María purísima..., una limosna para los franciscanos de Teruel” –y la gente le daba lo que quería o lo que podía-: pan, patatas, manzanas, lo que había..., pero él replegaba todo lo que le daban. También cogía perras, pero le darían pocas... Porque entonces el dinero no corría; claro, eso sería por los años cincuenta, a finales... No sé dónde dejaba lo que le daban, pero aquí estaba varios días y cuando pensaba que ya no le iban a dar más, replegaba todo y se marchaba. No sé si lo cargaría en el coche de línea, no recuerdo, pero aquí recogía bastante...>
Representación de San Francisco en "La Maestá", obra de Giovanni Cimabue (1240-1302) en Asís (Italia).

            La vecina Aurora Sánchez Fortea (Torrebaja, 1926), dice:
  • <Este hombre –se refiere a fray Simpliciano- venía en invierno a pedir para el convento de San Francisco de Teruel y recogía lo que le daban: patatas, manzanas, judías, dinero... Era un fraile lego y vestía hábito: iba por todas las casas pidiendo y llevaba un garrote con el que golpeaba las puertas: “Ave María Purísima..., una limosnica para san Francisco” –entonces salían las personas y le daban lo que tenían-. Cada mañana mandaba lo que había recogido a Teruel; claro, en el coche de línea. No, no llevaba carro, sino un saco, donde metía lo que le iban dando. Recuerdo que se quejaba de que entonces nadie quería ser portero en el convento, ni salir a pedir por los pueblos, y que cuando él se muriera ya no habría nadie que le sustituyera... No sé de dónde sería, pero era muy aragonés, con un acento muy fuerte... Ya te digo, vestía hábito, con cordón y rosario al cinto, llevaba sandalias o abarcas y venía a cenar en casa, donde también dormía, pues ya sabes que teníamos fonda... Iba también a otros pueblos, pero decía que aquí en Torrebaja era donde más le daban. Por la noche se ponía junto a la estufa a rezar el rosario, pero enseguida se dormía de cansancio... Y yo le decía: “Venga, fray Simpliciano, a dormir a la cama...” –y el hombre se iba-. Sí, era muy hablador, pues durante la cena contaba donde había estado, historias piadosas y otras cosas, del Santo Cáliz de Valencia, que lo había visto... Sí, él comía en el comedor, donde comían también los fruteros, remolacheros y viajantes que teníamos hospedados, pero le poníamos una mesita aparte: antes de comer se santiguaba y hacía sus rezos. Era muy buena persona, y los fruteros le gastaban bromas... Por las mañanas se levantaba muy temprano y salía a pedir: no, no desayunaba, almorzaría algo por ahí.... Recuerdo que don Gabriel -se refiere al párroco, don Gabriel Sancho Marín (1962-73)- decía que el nombre que le habían puesto al fraile le venía "como anillo al dedo", pues era un hombre sencillo y humilde de verdad; pero claro, Simpliciano era su nombre de fraile, no sé cuál sería el de pila... En cierta ocasión -esto ya después de don Gabriel- vino a casa muy alterado y cuando le pregunté qué le pasaba me respondió: "Que el cura me ha echado a cajas destempladas..." -pues parece que había ido a pedir a su casa...> 

Y continúa diciendo:
  • <Por entonces, en la época de la recolección, venían también a pedir las monjas del asilo de San José de Teruel; sí, las hermanitas de los ancianos desamparados (de la madre Rafols), y la gente les daba también lo que podía: iban por las casas con cestas que les dejábamos, y lo que recogían en el día –manzanas, judías, patatas, membrillos, pues a todo le daban utilidad- lo mandaban a Teruel en paquetes que ponían en el coche de línea... No, los coches de línea no les cobraban a las monjas por enviar los paquetes, porque parece que el fundador de los transportes, el Zuriaga viejo había estado en el hospicio (de niño) y le habían tratado muy bien: y los hijos continuaban haciendo caridad a la institución de esta forma; de vez en cuando daban una comida especial a los asilados por cuenta de esta familia, y también cuando se les casaba algún hijo...>

Como precedentes de fray Simpliciano, el lego mendicante de Teruel, tenemos a los frailes de la Observancia de Valencia, que ocuparon el convento de san Guillermo de Castielfabib durante dos siglos y medio (1577-ca.1830), y que también eran mendicantes: además de en el pedir por los pueblos –en las viñas, eras y lagares- se parecían en el frío que pasaban: no en vano los de Castiel fueron eximidos del rezo de maitines (a media noche), desde noviembre hasta finales de febrero, por el frío reinante... (1660). Aquellos humildes frailes, además de rezar y laborar, ayudaban a los clérigos de las parroquias locales, auxiliando y confortando a los aldeanos y lugareños de los rentos y masías más alejados... Habían abrazado la “vía estrecha”, buscando exclusivamente el crecimiento interior y la santidad, a través de la renuncia de sí mismos y el servicio a los demás.[2]
Representación de San Francisco en "La renuncia de los bienes" obra de Giotto di Bondonne (1267-1337) en Asís (Italia).

Desde una óptica sociopolítica, la época en que fray Simpliciano comenzó a pedir por Torrebaja y otros pueblos del Rincón de Ademuz –mediados de los años cincuenta y hasta los primeros setenta- coincide con un período de cambio en la mentalidad de la sociedad española, consecuencia de lo que fue el tránsito del Despegue económico (1951-57) a la Tecnocracia (1957-73).[3] En lo demográfico, dicho lapso armoniza con una fase de decrecimiento poblacional en la zona, expresión a su vez de la <crisis agrícola territorial>[4] que propició la emigración del campo a las grandes ciudades y vació estos pueblos. Con todo, sin embargo, la gente por entonces todavía vivía de la agricultura, como lo evidencia el hecho de que la mayor parte de los donativos fuera en especie: patatas, manzanas, judías, membrillos... Asimismo, el fraile acertó en su pronóstico, pues “cuando él se muriera ya no habría nadie que le sustituyera...” –como ciertamente sucedió-.


En suma: no somos quiénes para conceptuar a tan peculiar personaje; pero, a tenor de lo expuesto y del tiempo que le tocó vivir, su existencia parece responder a los requerimientos de algunas beatitudes: a la pobreza de espíritu, a la mansedumbre y limpieza de corazón, y a la condición de pacífico… Sea como fuere, sirvan estas palabras de recuerdo y como humilde homenaje a fray Simpliciano, lego mendicante, hijo fiel del glorioso san Francisco en el convento de Teruel. Vale.

© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).


[1] SÁNCHEZ GARZON, Alfredo. Acerca del vuelco electoral en Torrebaja (Valencia), en: http://alfredosanchezgarzon.blogspot.com/2011/10/acerca-del-vuelco-electoral-en.html, del lunes 17 de octubre de 2011. ID., La caja de Pandora: acerca del vuelco electoral en Torrebaja (Valencia), en: http://alfredosanchezgarzon.blogspot.com/2011/10/la-caja-de-pandora-acerca-del-vuelto.html, del lunes 17 de octubre de 2011.
[2] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Las piedras del convento de san Guillermo (Castielfabib), en: http://alfredosanchezgarzon.blogspot.com/2011/10/las-piedras-del-convento-de-san_21.html, del viernes 21 de octubre de 2011.
[3] DE MIGUEL, Amando. Sociología del franquismo, Editorial Euros, S.A., Barcelona, 1975, p. 32.
[4] RODRIGO ALFONSO, Carles. El Rincón de Ademuz, análisis geográfico comarcal, Edita Asociación para el Desarrollo Integral del Rincón de Ademuz (ADIRA), Valencia, 1998, p. 53.


Representación de San Francisco en "La predicación a las aves" obra de Giotto di Bondonne (1267-1337) en Asís (Italia).

miércoles, 9 de noviembre de 2011

DON JOSÉ ANTONIO DURÁ BATALLER, NUEVO CURA DE TORREBAJA (VALENCIA).

Aproximación a la vida diaria de un cura de pueblo 
en el Rincón de Ademuz.

 
Conoces lo que tu vocación pesa en ti. 
Y si la traicionas, es a ti a quien desfiguras; pero sabes que tu verdad se hará lentamente, porque es nacimiento de árbol y no hallazgo de una fórmula”.
Antoine de Saint-Exupery (1900-1944), 
escritor francés.



Durante todo el primer tercio del siglo XX los curas de estas parroquias pasaban décadas con nosotros –igual que sucedía con los maestros y otros funcionarios-, hasta hacerse connaturales a la localidad: conocían nuestros nombres, las relaciones familiares que nos unían, los problemas que nos afectaban y hacia donde sesgaba cada uno. Su conocimiento se hacía extensivo a las partidas del término, a la historia local y a las peculiaridades de cada municipio. Esta situación se alargó hasta los años sesenta y setenta, en que la estadía se alargaba hasta una década, quizá más; pero ahora, dada la escasez de vocaciones, los sacerdotes rurales pasan cada vez menos tiempo en estas feligresías: uno, dos, tres años, hasta el punto de haberse convertido en un bien escaso.

Porque habremos de convenir que los curas son un bien –un bien escaso, decía-: basta preguntárselo a los vecinos de los pueblos o aldeas que lo han perdido. Porque los curas, con sus caseras o familiares con los que convivían o les atendían, eran unos vecinos más, con la peculiaridad de que estaba íntegramente al servicio de los demás, siempre dispuestos a escuchar un problema, a dar un consejo, a visitar a un enfermo, a atender cualquier necesidad. Al menos esta es mi experiencia, y aunque siempre hay excepciones, el que tenga otra que lo diga...

Desde hace algunos años los pueblos del Rincón de Ademuz están atendidos por dos curas que forman el equipo arciprestal: uno reside en Ademuz, sede del Arciprestazgo, y otro en Torrebaja; y entre ambos se reparten la totalidad de pueblos y aldeas comarcanos -desde Arroyo Cerezo a Puebla de San Miguel y desde Mas de Jacinto a Casasbajas-. 

Recientemente ha venido a Torrebaja un nuevo cura, por haberse marchado el anterior, que había solicitado otro destino por asuntos familiares. Apenas estuvo un año entre nosotros y no le dio tiempo para conocernos, ni para que le conociéramos. Es por ello que pensé en hacerle una entrevista al nuevo cura, para conocerle y darle a conocer como persona y como párroco, aun consciente de que su estancia entre nosotros será necesariamente corta. En cierta ocasión, con motivo de una visita a Ademuz de don Agustín, el difunto Cardenal García-Gasco, le pregunté por qué los sacerdotes estaban tan poco tiempo en estos pueblos. Cariñosamente me respondió: “El obispo tiene sus razones...” –y con eso me quedé-. Sin duda él conocía la política diocesana y sabía mejor que nadie lo que tenía que hacer; a nosotros sólo nos cabe reconocer el privilegio de que nos envíe algún cura, y gracias.


El nuevo cura de Torrebaja -don José Antonio Durá Bataller- tomó posesión de su cargo en esta parroquia el sábado, 15 de octubre de 2011, a las 19:30 horas. Llegó acompañado del Vicario episcopal (don Arturo Pablo Ros Murgadas) y del párroco de Santa Catalina (don Paco), además de por sus padres y hermanas, y de otros familiares y amigos. La iglesia estaba a rebosar de feligreses y visitantes, y después de la misa, tras agradecer tan cálida acogida, hubo en la plaza de la Iglesia un tentempié de bienvenida, preparado por la parroquia.

Don José Antonio Durá Bataller (Adzaneta de Albaida, 1973), nuevo cura párroco de Torrebaja (Valencia), durante la entrevista.




Cuando le planteé al nuevo cura mi deseo de hacerle una entrevista, él no puso objeción; es más, se ofreció para hacerla en cualquier momento. Quedamos para tal día, pero me llamó diciendo que lo dejáramos para más adelante, pues había recibido la noticia del fallecimiento de una niña, hija de unos amigos y no se encontraba dispuesto. Establecimos otra fecha, pero se presentó en mi casa el día anterior al previsto, alegando que por cuestiones de agenda le venía mejor en ese momento. Así fue como formalizamos la entrevista, comenzando yo por exponerle lo motivos y beneficios que veía en realizarla, basados en el conocimiento público de su persona, como individuo y como párroco. La entrevista fue más bien una conversación, donde don José Antonio –él prefiere que le llame José o José Antonio, pero a los efectos prefiero nombrarle así- comenzó por darme datos de sus orígenes:

  • <Mi nombre es José Antonio Durá Bataller, y nací en Adzaneta de Albaida, provincia de Valencia, el 8 de marzo de 1973: Adzaneta es un pueblo de montaña, de unos 1.200 habitantes, situado en el valle de Albaida, cerca de Onteniente... Sí, en la sierra de Agullent-Benicadell, lo que llaman la parte de la solana. Aquello es zona de influencia valenciana, y mi lengua materna es el valenciano, claro, mis padres y hermanos todos lo hablan. A mi padre le dicen Vicente y a mi madre Teresa, y somos cuatro hermanos: dos chicos y dos chicas, y yo soy el tercero... Me crié en el pueblo; allí estuve hasta los 8 años, en que por cuestiones laborales de mi padre nos trasladamos a un pueblo de la sierra de Guadarrama llamado Collado Mediano (Madrid), en el entorno de Alpedrete y El Escorial... Allí estuvimos unos diez años, toda mi adolescencia, hasta que cumplí los 18 años... Bueno, primero fui al colegio y luego al instituto de Guadarrama...>


¿Qué recuerdos tienes de aquella época en Collado Mediano?
  • <Yo era un niño algo retraído, de pocos amigos, y lo que más me gustaba era el deporte... Tengo buen recuerdo de mi estancia en Collado, pero no de mi adolescencia... No me gustaba salir de fiesta, me molestaba mucho el humo (en los bares o discotecas) y lo que más me ayudó en aquella época fue el deporte, me encantaba el deporte, era como mi salvavidas: Collado era un pueblo de unos tres mil habitantes, allí había pabellón deportivo y mucho ambiente... Claro, era una zona de urbanizaciones de gente de Madrid, y la población se duplicaba en verano... Nosotros vivíamos en una zona de campo, porque mis padres se encargaban del cuidado de una finca, donde había animales de corral, caballos, jardines y eso... Junto a esta casona había otra de Carlos Saura, el director de cine: mi padre se relacionaba con él en la taberna, adonde iba para charlar o tomar una copa. Sí, tuvimos algo de relación... Ya sabes que Saura se casó primero con Geraldine, una hija de Charles Chaplin, de la que se divorció; luego se casó con otra mujer, de la que tuvo dos hijos, pues uno de ellos, el chico, tuvo leucemia, y mi hermana mayor -Tere- iba a cuidarle..., de ahí viene la relación. Fíjate, cuando yo tenía sobre 16 años Carlos Saura le dijo a mi padre que me dejara ir con él a Republica Dominicana, donde iban a rodar una película, para ayudar en el transporte y eso, como ayudante, claro, pero mi padre no me dejó... Sí, me hubiera gustado ir, para ver cómo se rueda una película y eso..., pero mi padre no consintió. También tenía vivienda por allí el futbolista “Michel” y el periodista Jesús Hermida...>.


¿Cómo llevaron tus padres la estancia en Collado Mediano?
  • <Pues mal, en especial mi madre, que añoraba el pueblo... Además, estaba con nosotros mi abuela, que ya tenía 88 años, y apenas hablaba castellano... Recuerdo que de pequeño yo dormía con ella y después de rezar el rosario ella siempre le pedía al Señor morir en su casa del pueblo: y el Señor la escuchó, pues falleció en Adzaneta. Porque ya te digo, nosotros vivíamos algo alejados del pueblo, como un kilómetro o poco más; estábamos en una casita pequeña –dos habitaciones, un servicio, la cocina y el comedor-, junto a la casona de la finca: vivíamos algo apretados, pues éramos siete y durante años mis padres siempre durmieron con uno o dos de nosotros, puedes imaginar>.
Don José Antonio Durá Bataller (Adzaneta de Albaida, 1973), nuevo cura párroco de Torrebaja (Valencia), durante la entrevista.






Le comento a don José Antonio que la situación que describe, aunque de lejos, me recuerda la película de Mario Camus -Los santos inocentes (1984)- basada en una novela de Miguel Delibes.
  • <Sí, bueno, algo parecido –se ríe-, pero eran otros tiempos y aquella gente, los dueños de la finca donde servían mis padres –doña Luisa y don Francisco- eran buenas personas y se portaron muy bien con nosotros... Respecto a lo que te decía de la situación de la casa y el pueblo: recuerdo que los domingos acompañaba a mi abuela a la iglesia, para que asistiera a misa; y me quedaba con ella... Sí, mi familia era religiosa, especialmente la abuela, que era muy creyente, aunque su marido, mi abuelo materno, había sido muy republicano, ya sabes... Pero sí, la vena religiosa provenía de mi abuela...>


¿Cómo fue lo de dejar la finca de Collado Mediano y regresar a Adzaneta?
  • <Fue por cuestiones diversas, y porque cambiaron las circunstancias: primero regresé yo y luego los demás, menos mi hermano mayor. Al principio estuve trabajando de marmolista en una empresa de mi tío, eso fue a comienzo de los noventa, en el noventa y uno o noventa y dos. Mi trabajo en la marmolistería era pulir y abujardar piedra para cocinas y fachadas, chimeneas, labrar lápidas y eso... Por esa época comencé de nuevo a estudiar, pues me había quedado en segundo de bachiller: por el día trabajaba y por la noche iba al instituto de Albaida. También le propuse al párroco hacer un equipo de fútbol sala, pues como te decía yo jugaba a este deporte en Collado, donde teníamos un buen equipo... Bueno, primero se lo ofrecí al Ayuntamiento (lo de formar un equipo) pero finalmente lo hicimos en la parroquia, y llegamos al Provincial: íbamos muy bien, porque estábamos muy preparados, pero en la final del Provincial nos eliminaron los Maristas..., los de siempre. Pero fue una experiencia bonita...>


¿Cómo fue lo de entrar en la vía religiosa?
  • <Bueno, ya te digo, primero tomé contacto con la parroquia, donde formamos el equipo de fútbol sala, pero también me gustaba tocar la guitarra y acompañaba en las celebraciones, sin especial devoción: no rezaba ni sabía cuando tenía que levantarme, arrodillarme o sentarme, sólo tocaba. Yo no tenía especial vocación religiosa, era un chico normal de entonces, sólo que me gustaba la guitarra. Sí, mi familia era religiosa, ya te digo, pero influyó también mi hermano, que había estado en el seminario de Madrid: cuando los seminaristas estaban en pisos. Después lo dejó y estudió pedagogía. Mi hermano era muy inquieto, cuando estuvo en el pueblo montó con otros un grupo de rock que llamaron “Kamikaze” y tocaron en el seminario...>
  • <Estando en el pueblo, cuando me tocó hacer el servicio militar hice la objeción de conciencia y en vez de ir a la mili hacía trabajos sociales en el Ayuntamiento: allí atendía la biblioteca, y por esa época terminé tercero de bachiller, a la vez que trabajada con mi tío en la marmolistería, por horas, pero sólo de vez en cuando. Estando en la biblioteca, durante la época en que hice la objeción en el Ayuntamiento, me aficioné a leer, pues tomé contacto con la persona que la llevaba, un profesor de filosofía que ahora está en Muro de Alcoy: él me indicaba las lecturas que pensaba me convenían, pues cuando estuve en Collado le cogí odio a la lectura: no podía leer en público, me sudaban las manos y comenzaba a tartamudear... Pero estando en la biblioteca y por influencia de esta persona que te nombro me aficioné a la lectura y leí muchos libros. Sí, ya te digo que yo era entonces muy introvertido y me refugiaba en el deporte y la lectura... Donde mejor me lo pasaba era en los campamentos, ya en la época de Collado: primero como acampado y luego como monitor, pues llegué a sacarme el título de monitor en Madrid: yo allí me sentía feliz, en mi ambiente... Allí conocí Jorge Mariano Huesca, hermano de Alberto, el cámara que murió en Alaska junto con el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente (1928-80) y otros... Sí, allí hice mucha amistad con Jorge y con su esposa, los dos eran profesores: fue como un padre para mí, pues se portó estupendamente conmigo, ayudándome siempre en todo; yo le tenía en un pedestal, como un modelo en aquella época difícil de mi adolescencia>.
Entrada de don José Antonio Durá Bataller en la iglesia de Torrebaja (Valencia), acompañado del Vicario Episcopal - don Arturo Pablo Ros Murgadas-.




¿Y cómo fue lo de entrar en el seminario, acaso comenzó a surgir en ti el tema de la vocación por entonces?
  • <No, yo no tenía ninguna vocación, lo de entrar en el seminario fue para poder cursar los estudios, pero entonces no pensaba para nada en hacerme sacerdote... Eso vino después. Inicialmente, lo que yo quería era salir del pueblo, pues no quería acabar como marmolista... No sabía muy bien lo que quería, pero quedarme en el pueblo de cantero tenía claro que no. Por no saber muy bien lo que quería pasé una época mala, con mucha ansiedad, ya que estaba desorientado. También quería ver mundo... Porque mi hermano mayor, desde los 18 años ha sido un trotamundos: a esa edad ya se marchó en tren con un primo por toda Europa y tras regresar a Madrid se fue a hacer un proyecto a Guatemala y El Salvador, con los indígenas. Después viajó desde Ushuaia hasta Santiago de Chile en bicicleta: y como se le rompiera la bici cogió un avión y se marchó a Buenos Aires. Allí estuvo en "Avellanada", un barrio muy conflictivo de la capital porteña, donde había muchos niños de la calle. Estando allí también tuvo mucha relación con las "Madres" de la plaza de Mayo –ya sabes, las de los desaparecidos durante la dictadura-. De allí se marchó a África y estuvo en Ruanda cuando el genocidio: allí estuvo en un campo de refugiados unos seis meses, eso fue cuando mataron a aquellos sanitarios de "Médicos sin Fronteras". Él trabajaba con niños. Después estuvo en la India, ya te digo, un trotamundos, hasta que encontró una chica y se casó: ahora está casado y con hijos y vive en Madrid. Es el único de la familia que se quedó por allá... Claro, mi hermano ha influido en mi vida, porque yo le tenía como un modelo a seguir, aunque los modelos a veces pueden ser peligrosos, porque al colocarlos en un pedestal pueden quedar fuera de la realidad>.

  • <Como te decía, en el seminario menor yo sólo quería sacarme el COU y el Selectivo, pero no sabía si quería seguir como cura. Por eso comencé a sentirme mal, porque pensaba que los demás querían que continuara pero yo no tenía intención. Así que fui a hablar con el Rector, para sincerarme con él: le expliqué lo que me pasaba pero él me dijo que siguiera, que no me preocupara, que ya se vería lo que tenía que ser... Así que seguí, terminé estudiando y entré en el Seminario Mayor, para continuar los estudios. Y así hasta que me ordené de sacerdote en 2004: sí, yo estaba ilusionado con el ministerio, pero percibía que me faltaba algo... El caso es que mi primer destino fue Benilloba y Benasau, sí en el condado de Cocentaina (Alicante). Allí estuve de sacerdote durante cuatro años; y todo muy bien como persona, pero como sacerdote la cosa no iba tan bien... Llegó un momento en que el sacerdocio me pesaba como una losa insoportable: tanto es así que pedí un cambio y cuando ya tenía el nombramiento como vicario en Algemesí (Valencia), el día antes de ir le dije al arzobispo que no iba, que me marchaba a casa. El arzobispo era entonces don Agustín –se refiere a don Agustín, el cardenal García-Gasco (1931-2011)-, y tengo que decir que se portó muy bien conmigo, como un padre, y la Iglesia como una madre. Don Agustín me dijo que no me precipitase, que me calmase, y me ofreció poder seguir estudiando. Y como me gustaba la cosa del deporte comencé a estudiar magisterio de educación física en Edetania (Godella): durante este tiempo he estado situando mi vida, reflexionando sobre lo que quería hacer como persona, como cristiano y como sacerdote. Conté con la ayuda de otros curas, de los profesores de la universidad y de los propios compañeros de magisterio, que conocían mi situación y me respetaban, por eso les doy las gracias. Pero aunque he contado con la ayuda de mucha gente, el que más me ha ayudado ha sido el Señor: de pronto recibí la gracia de darme cuenta que pese a toda la oscuridad, detrás estaba el Señor: siempre me he sentido como un privilegiado del Señor, que me ha tratado con mucho amor, con mucha delicadeza, con mucha misericordia...>.
En la igleisa parroquial -Santa Marina de Jerusalén- de Torrebaja (Valencia), durante la misa de toma de posesión de don José Antonio Durá Bataller.


¿Y qué sucedió cuando terminaste los estudios de magisterio?
  • <Bueno, cuando terminé los estudios en junio de 2011 pedí irme de ejercicios, pues yo ya llevaba como un año pensando en volver al ministerio... Y me concedieron ir a Loyola, allí estuve haciendo ejercicios personalizados durante un mes: los ejercicios de San Ignacio de Loyola son típicos de la Compañía de Jesús; pues los jesuitas están especializados en ejercicios espirituales. Son muy completos, ya te digo que tienen una duración máxima de un mes: se comienza por el Principio y fundamento, mediante el que uno va profundizando en su propia experiencia de fe. Continua en la segunda semana con la Experiencia de pecado y redención; luego sigue con la Contemplación del misterio de Jesús de Nazaret como hijo de Dios, siempre a través de uno mismo; y la última semana se hace la Contemplación en el amor, esto es, la práctica del amor de Dios llevada a tu vida diaria. En suma, había cinco horas de oración, dos por la mañana, dos por la tarde y una por la noche, en las que uno va meditando sobre los puntos que te propone el director: estos puntos varían, según el estado y la evolución de cada uno, claro>.
  • <Los ejercicios me fueron estupendamente, porque allí se habló también de discernimiento: yo fui con la sospecha de regresar al ministerio y tuve un encuentro personal con el Señor Jesús, lo que me reafirmó en mi deseo de volver al ministerio. Al regresar de Loyola asenté esta experiencia con un compañero sacerdote y me reafirmé en ello, pues me di cuenta que mi vida estaba ahí, en el ministerio sacerdotal: por eso fue de ir a hablar con don Carlos, -se refiere a don Carlos Osoro Sierra, el actual Arzobispo de Valencia- para plantearle mi deseo y voluntad de volver. Y aquí estoy...>.


Le planteo a don José Antonio los problemas y dificultades que –desde la óptica de un laico- conlleva la vida consagrada: la renuncia a formar una familia, la soledad de muchos momentos...
  • <Sí, es cierto, antes los curas tenían casera, alguien que les atendía en las necesidades primarias, el cuidado de la casa, guisar, hacer la colada, etcétera. Y sobre todo el sentimiento afectivo, la llegar a un pueblo con gente que no conoces..., cuando eso de desordena es muy duro para un sacerdote: pero cuando uno tiene claro su fundamento, todo lo demás se convierte en secundario, se vive con cierta indiferencia. Porque sabes cuál es el objetivo: mi misión aquí en Torrebaja no es pasarlo bien y hacer amigos –que también- sino anunciar el Evangelio, la palabra de Dios y mostrar mi disponibilidad a todos: a los de misa, a los de no-misa, a los indiferentes y contrarios. Pero siempre “en tanto en cuanto” –que decían san Ignacio-, para gloria de Dios y no para gloria de Jóse. Sin demasiado apego a nada y a nadie –sin rechazar el afecto y la amistad de la gente, claro, porque somos humanos y esto no se puede ni se debe rechazar- pero siempre sabiendo cuál es tu misión y fundamento: desde la experiencia profunda del amor de Dios. Para el sacerdote tampoco es fácil, porque él debe hacerse respetar en sus tiempos, momentos y espacios y eso hay personas que no lo entienden...>


¿Cómo ven o han visto tus familiares –padres y hermanos- y amigos tu vocación sacerdotal?
  • <Bueno, ahora bien... Mis padres siempre lo vieron bien, pero mis hermanos no tanto, porque me veían sufrir por mi desorientación; pero ahora bien..., ya que me ven seguro, feliz y contento. Mis padres vinieron a mi toma de posesión en Torrebaja, también una tía y mis dos hermanas>.
El nuevo párroco -don José Antonio Durá Bataller- recibe las ofrendas para la celebración.


Para concluir la entrevista pido a don José Antonio que me haga el relato de un día cualquiera de su vida en Torrebaja: desde que se levanta hasta que se acuesta.
  • <Bueno, me levanto sobre las ocho de la mañana y tras asearme me voy a la capilla del Sagrario, y allí estoy con el Señor entre media hora y una hora, depende. Es lo más importante que hago en el día y me sirve para dar sentido a todo lo demás... Después vuelvo a casa y desayuno algo: café con leche con magdalenas y un zumo, no olvides que soy de la tierra de las naranjas y cuando hay mi padre siempre me trae. Los miércoles (todo el día) y los jueves (sólo por la mañana) doy clases de religión en el colegio de Ademuz. Sí, me resulta muy satisfactorio, porque me permite conocer a los jóvenes de todos los pueblos. Doy clases a primero, segundo y tercero de la ESO. Podría dar a chicos de cuarto y primero de bachiller, pero no tengo alumnos. Conforme se hacen mayores dejan de optar por las clases de religión. Con los profesores también tengo buena relación. Normalmente como en el comedor del colegio, otras veces quedo con don Eduardo para comer en "Casa Domingo". Y también en "Casa Emilio", cuando no tengo nada preparado en casa. Si, me manejo bien en la cocina, hago lentejas, macarrones, espaguetis, y eso. No, comidas más elaboradas, no... En cuanto a la actividad pastoral, los martes y jueves visito a los enfermos; atiendo las situaciones inesperadas que van surgiendo, las consultas de la gente, etc. Después de comer suelo descansar un rato; y ya por la tarde (los miércoles y viernes) voy a Casasbajas. También llevo las parroquias de Torrealta, Mas de Jacinto, Los Santos, Cuesta del Rato, Arroyo Cerezo y Sesga. Atiendo la catequesis de infancia y confirmación, y lo que va surgiendo: sí, la gente viene a casa y plantea problemas de todo tipo, cuestiones personales, situaciones varias, de "Cáritas". Después están las hermanas -se refiere a sor Ana y sor Verónica, de la orden de Reparadoras-: donde no llego yo llegan ellas, que me hacen saber las necesidades de todo tipo que van encontrando... Tengo que hablar con el encargado de servicios sociales, para coordinarnos, pues donde no llega él ni yo, llegan las hermanas... Los martes, jueves y sábados compro el periódico, me gusta leer “El País”, pero también leo por internet otros diarios digitales... No, en casa no tengo televisión, pero sí ordenador: después de cenar -un hervido, un huevo frito, un trozo de carne, una ensalada, cualquier cosa- miro el correo y lo contesto; y me acuesto sobre las 22:30 horas. Me gusta leer en la cama, ahora estoy leyendo a Grüm –se refiere a Anselm Grüm (Junkershausen, 1945)- un teólogo y monje benedictino que me gusta mucho; pero también utilizo lecturas espirituales y piadosas, vidas de santos... y con esas lecturas me duermo. No, todavía no he leído la vida de Santa Marina...>.
Los clérigos, tras la celebración de toma de posesión del nuevo párroco, en la capilla de Santa Marina.

Palabras finales, a modo de epílogo.
Durante la toma de posesión de don José Antonio Durá Bataller como párroco de Torrebaja me senté en un banco de la iglesia donde había varias personas, amigos y vecinos suyos de Adzaneta de Albaida, y hablamos de varias cuestiones en relación con el nuevo cura; y también coincidimos durante el picoteo de bienvenida que hubo después. 

Al despedirnos, sin embargo, uno de ellos me dijo con discreción: “Pero vigilen que don José Antonio coma todos los días, porque a veces se enfrasca tanto en las cosas de los demás que se le olvida comer...”. Habrá que vigilar, pues, que nuestro nuevo cura coma a diario y se encuentre a gusto entre nosotros, porque la salud y el bienestar físico son esenciales para la paz espiritual: mens sana in corpore sano –que diría el clásico-; no en vano el cuerpo es templo del Espíritu Santo. ¡Sé bienvenido al Rincón de Ademuz, don José Antonio, y gracias por tu generosidad y solicitud! Vale.

© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).

martes, 1 de noviembre de 2011

DON JAIME RUIZ DE CASTELLBLANQUE, SEÑOR DE TORREBAJA.

A propósito de su detención y ajusticiamiento en Madrid 
por bandolerismo.[1]



I.- Consideraciones previas.
La designación de la actual plaza del Ayuntamiento de Torrebaja como plaza del Señor –nombre con el que todavía era conocida en tiempos recientes, pese a que su denominación oficial era plaza de Ramón y Cajal- corresponde a la época señorial (siglos XVI-XIX); cronológicamente, se relaciona con el momento fundacional, cuando los Ruiz de Castellblanque establecieron aquí su mayorazgo. De hecho, a principios del siglo XVII Torrebaja no era más que una alquería, finca, hacienda o posesión particular en la jurisdicción de Castielfabib, sin término ni delimitación propia. Los mismos señores de Torrebaja eran vecinos de la Villa, donde concurrían a los cargos públicos. Prueba de ello es que pagaban la peyta (tributo o contribución) por sus tierras y regalías a Castielfabib. A comienzos de dicha centuria los dueños de Torrebaja comenzaron a agregar algunas casas a las existentes en torno de la Casa Grande, con el propósito de alquilarlas a los colonos que trabajaban sus tierras en régimen de aparcería.[2]



Escudo de los Ruiz de Castellblanque en la ermita de San Roque de Torrebaja (Valencia).


Por este mismo tiempo, primera década del Seiscientos, tuvo lugar una sentencia judicial contra el señor de Torrebaja –don Juan Ruiz de Castellblanch- el cual pretendía jurisdicción sobre su territorio, cuando no la tenía, pues ésta correspondía a Castielfabib (1610).[3] El siguiente señor de Torrebaja –don Diego Ruiz de Castellblanque- hermano y sucesor por falta de sucesión del anterior, redactó su testamento en los años treinta del mismo siglo (1638). Por dicho documento conocemos la estirpe originaria del señorío de Torrebaja, incluyendo el nombre de sus padres y hermano, esposa e hijos. El registro contiene la primera delimitación de su propiedad, demarcación que corresponde con lo que habría de ser el futuro término municipal de Torrebaja, y las distintas disposiciones o mandas testamentarias, que nos introducen en la forma de vida y preocupaciones de un personaje de la pequeña nobleza en la primera mitad del siglo XVII.[4]
Entre los hijos de don Diego –Jaime, Francisco, Fernando, Cristóbal y Margarita- cabe destacar al mayor: don Jaime Ruiz de Castellblanque (1596-1672) -heredero del vínculo mayorazgo, el cual consta se convirtió en un peligroso delincuente y asesino-. El presente trabajo pretende ahondar en tan lamentable suceso, relacionándolo con la situación social y económica de su tiempo, a propósito del hallazgo de un documento inédito, donde se demuestra la negativa del rey –Felipe IV (1621-65)- a dispensar los delitos cometidos por el mencionado señor de Torrebaja y su hermano.
Vista parcial de Torrebaja (Valencia), desde El Rento (actualmente).
II.- Antecedentes históricos.

A mediados del siglo XVII los bandoleros campaban por el Reino de Valencia, aumentando en número y atrevimiento, hasta el punto que atacaron al propio virrey, a la sazón arzobispo de Valencia -don Pedro de Urbina y Montoya (1585-1663)- sin que le valiera la guardia “blau” que llevaba.[5] Los bandoleros valencianos solían ir siempre fuertemente armados, hacían alarde de valor, sin temor a la justicia y a los que se les enfrentaban. Las autoridades no podían con ellos, eran atrevidos y violentos, hasta el punto de ocupar pueblos enteros por algunos días. Los hombres de armas de la ciudad y la propia guardia del virrey eran insuficientes para vigilarles y detenerles.[6]

La causa de la proliferación del bandolerismo se ha visto en la situación de necesidad que venía padeciendo el reino, hasta el punto que 1651 fue conocido como “el año del hambre”. Incluso el Turia se desbordó a su paso por la capital, inundando calles y plazas. El grano y los alimentos escaseaban, la mendicidad aumentó, incrementándose también el número de pordioseros por las calles, a la vez que los ladrones y bandoleros, siendo su objetivo conseguir alimentos o dineros para lograrlos. Muchos vecinos murieron de hambre, pero otros no se resignaron y “armados con su navaja, aprovechando la oscuridad de la noche, asaltaban y desvalijaban a nobles y caballeros o a paseantes que circulaban por las calles”.[7]

En este contexto hay que ver el hecho de que muchos campesinos abandonaran sus tierras para sumarse a las bandas de salteadores. Algunos de dichos grupos se componían de hasta un centenar de hombres, sin que la justicia osara enfrentárseles. El ambiente de la ciudad de Valencia reflejaba dicha situación de miseria y violencia, acrecentando el número de gente que portaba armas: de ahí el aumento de peleas, heridos y muertos. Los bandoleros no respetaban nada, ni lugares sagrados (templos o conventos) ni personas (viajeros o lugareños), tampoco a la nobleza. El clima de violencia desatado por la situación social y económica invadía el Reino, afectando a todos los estamentos. Los vecindarios solicitaban de las autoridades que extendieran su vigilancia y un mayor castigo para los bandoleros y delincuentes, a los que nada parecía poder detener, pues los asesinos no eran comúnmente perseguidos. No obstante, el panorama descrito debe entenderse como algo puntual –limitado al ecuador del siglo XVII-; pues, investigaciones recientes, acerca de la realidad de las actuaciones y costumbres sociales, contradicen que el barroco fuera una etapa de extrema violencia -hasta el punto de considerarlo una época de transición-: en todo caso los delitos contra la vida y hacienda disminuyeron durante el periodo histórico.[8]


Vista de la plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), con la Casa Grande y el torreón de Los Picos al fondo (años sesenta).

III.- Acerca de don Jaime Ruiz de Castellblanque (1596-1672).
El testamento de don Diego Ruiz de Castellblanque fue abierto y leído en su casa habitación de Torrebaja, delante de sus hijos y herederos, el día 14 de mayo de 1643 –probablemente el mismo día de su fallecimiento-. En el sexto ítem, el testador declara que don Jaime Ruiz de Castellblanque, su hijo mayor y de su esposa, doña María Ana de Cabestani y Caballería, debía ser el legítimo sucesor en el vínculo de su mayorazgo y señorío del lugar de Torrebaja, con todos los bienes anejos. Al fin de sus días, le deberían suceder sus hijos y si no los tuviera, sus hermanos: don Francisco, don Fernando y don Cristóbal, por ese orden.[9]

Don Jaime había nacido a finales del Quinientos (1596), en el seno de una familia de la pequeña nobleza rural, asumiendo la titularidad del mayorazgo de Torrebaja a la muerte de su padre (1643), cuando ya contaba 47 años… Sin embargo, su carácter y aspiraciones debían ser distintos de las de su progenitor, un hombre temeroso de Dios, que vivió apaciblemente en Torrebaja y quiso ser cristianamente enterrado en la iglesia de su lugar: dentro de la Capilla mayor, frente al Santísimo Sacramento. Sin embargo, el nuevo titular del mayorazgo no pudo o no quiso dedicarse a su explotación, pues por distintas razones se dedicó al bandidaje. ¿Cuáles fueron las razones que impulsaron a don Jaime a echarse al monte, por qué se hizo maleante? Según parece, sus actividades delictivas comenzaron tras haber arrojado por un precipicio a un clérigo de nombre mosén Ignacio, “que había raptado a la criada de un tío suyo y robado las joyas familiares”. Por dicho crimen, y por haber acogido a unos bandoleros, “la justicia arrasó su casa en 1648 –ello se hizo sin proceso, lo cual era contrafuero-, tras lo cual se echó al monte”.[10] Siguiendo a García Martínez (1991), vemos que (la negrita es mía):
  • <Dos años después (1950) figuraba como miembro destacado de la cuadrilla de Alapont, en compañía de sus hermanos don Cristóbal y don Francisco, los también hermanos Gregori y Joan Monleón, asimismo oriundos de Torre Baixa, y otros forajidos de la zona de Ademuz>.

Manuel Alapont, natural de Algemesí (Valencia), era el jefe de una partida de bandoleros, que actuó durante el virreinato de Fray Pedro de Urbina (1650-52) y llegó a computar hasta 62 hombres.[11] Efectivamente, desde mediados del siglo, don Jaime ya figura en una crida o bando del arzobispo y virrey de Valencia (1650), como uno de los bandoleros más buscados:
  • <La parte ejecutiva de la crida se iniciaba con el pregón nada menos que de sesenta y dos bandidos considerados como los más peligrosos, destacando Manuel Alapont [...]; y don Jaume Ruiz de Castellblanch, señor de la Torre Baixa; por cada uno de éstos –vivo o muerto- se ofrecía 300 libras y tres hombres “fora de treball”, cifras que se reducían a 200 (libras) y dos (hombres) respectivamente para cada uno de los cincuenta y cinco bandidos menos famosos. La lista de pregonados, incluye en bastantes casos, el lugar de origen, permitiendo objetivar las zonas de irradiación del bandolerismo valenciano a mediados de la centuria [...] Figuran, en efecto, los focos tradicionales del litoral [...] y en menor proporción la Huerta valenciana [...]; pero no faltan bandidos procedentes de las zonas de montañosas del interior: Alto Palancia [...], Rincón de Ademuz (Torre Baixa, Vallanca) y Valle de Cofrentes...>.[12]
  • <Independizado pronto, Ruiz de Castellblanch asoló alternativamente –y durante más de veinte años- los reinos de Valencia y Aragón desde la espléndida plataforma del Sur de Teruel (Torrebaja), donde se daban las condiciones paradigmáticas para el arraigo del bandolerismo –montaña, frontera- y la consolidación de un “cap de quadrilla” –conocimiento del terreno, conexiones en la comarca- dobladas en este caso por la condición aristocrática y las circunstancias iniciales de su vida aventurera. Las postreras fueron, asimismo, dramáticas>.
 Vista parcial de la Casa Grande y torreón de Los Picos en Torrebaja (Valencia), que fue solar de los Ruiz de Castellblanque  (años cincuenta). 
IV.- Don Jaime Ruiz de Castellblanque pretende la remisión de sus delitos.
Existen dos documentos, ambos datados en Madrid, a 3 de mayo de 1657, cuyo asunto es una carta del rey Felipe IV al duque de Montalvo, su Lugarteniente y Capitán General de Valencia, indicando “no se trate de la remisión de los delitos” de don Jaime Ruiz de Castellblanch y su hermano; por el contrario, debe apresárseles y confiscar su Lugar (Torrebaja) y hacienda. Dicho registro dice a la letra:
El Rey/ Illmo, duque de Montalvo Primo mi Lugarteniente y Capitán General./ Hase visto una carta de 20 del passado en que res-/ pondeis al informe que os mandé pedir sobre la re-/ misión que pretende Don Jayme Ruis de Castellblanc/ (cuio dize ser del Lugar de la Torre baja) para si y un/ hermano suyo, y atendiendo a lo que me representáis/ ha parecido (justo) tratar destas remisiones y/ encargar y mandaros (como lo hago) que procuréis/ se prendan essos delinquentes y se les secuestre su Lu-/ gar y hazienda, haziendo (justicia) en todo lo que/ mira a castigar semejantes delictos como lo espero/ de vuestro zelo y cuidado. Dado en Madrid/ Al Illmo. Duque de Montalvo Primo mi Lugarteniente y/ Capitán General.[13]

Mediante dicho documento el rey se dirige al duque de Montalvo, en relación con una carta suya de 20 de abril, donde el Delegado real informa al monarca sobre la remisión que don Jaime Ruiz de Castellblanc pretende de sus delitos, para él mismo y un hermano. Pero el informe del Capitán General no debió ser favorable a la demanda del bandolero, por lo que el monarca le encarga y manda “se prendan essos delinquentes y se les secuestre su Lu-/ gar y hazienda”, con el propósito de hacer justicia, castigando así los delitos de bandolerismo y asesinato que pesaban sobre el señor de Torrebaja y su hermano.

V.- Ajusticiamiento de don Jaime Ruiz de Castellblanch.
Al no conseguir el perdón que pretendía, y a tenor de las fechas expuestas, vemos que don Jaime continuó su vida de delincuente durante una docena más de años. Confiadamente, sin embargo, don Jaime acudió a la Corte, donde fue prendido y procesado (1670):
  • <A finales de 1670 (don Jaime) pactó con unos soldados la entrega de Manuel de Córdoba, individuo de turbio pasado que vivía en Cuenca y cuyo hermano Antonio estaba siendo procesado por el Consejo de Castilla a causa del pretendido envenenamiento de don Juan José de Austria>.[14]
  • <Hízolo así el anciano bandolero, quedándose después en la Corte; prendido por unos alguaciles que faltaron a la palabra dada se le incoó proceso; inútilmente alegó el defensor que no se trataba de un rebelde sino de un hidalgo que –a la injusticia de los tribunales- había opuesto “reverente fuga”.>
  • <convicto de la responsabilidad más o menos directa en 180 asesinatos, el señor de Torre Baixa fue degollado en la Plaza Mayor de Madrid a los 76 años, el 14 de febrero de 1672>.[15]

Justificadamente, don Jaime Ruiz de Castellblanch aparece entre los hidalgos y caballeros valencianos ejecutados en el siglo XVII, figurando como “señor de la Torre Baixa” y siendo su crimen “bandolerismo”. Su vida traduce también la situación de crisis por la que atravesó el siglo, reflejando de alguna forma las dificultades económicas de la explotación agrícola del señorío de Torrebaja, además de la propia condición maleante y depravada de su titular. Asimismo, el ajusticiamiento de don Jaime emerge como uno de los más inquietantes, paradigma del turbulento discurrir del Seiscientos valenciano.
Como se ha visto, don Jaime no actuaba sólo, iba con sus hermanos menores, don Fernando y don Cristóbal. De facto, los tres figuraban como bandoleros en el bando de don Pedro de Urbina (1650). Ello resulta doblemente paradójico, pues en el testamento paterno se hace mención de don Francisco y don Fernando, conforme éstos “han tratado y tratan de entrar en religión y caballería de la orden de San Juan...”, indicando que fueran ayudados por el sucesor en los gastos de información que conllevara su ingreso; y si alguno se decidiera a entrar en religión, monacal o mendicante, hiciera renuncia de su legítima y demás bienes a favor de sus hermanos. Por lo que vemos, ninguno de los ellos entró en orden de caballería alguna, tampoco se decidieron por ser religiosos. Pues donde entraron fue en una partida de facinerosos, cuyo capitán y hermano acabó ajusticiado.


Litografía con la epresentación de don Jaime Ruiz de Castellblanque, señor que fue de Torrebaja, camino del patíbulo, sito en la plaza Mayor de Madrid, donde fue ajusticiado el 14 de febrero de 1672. 

VI.- El mayorazgo de Torrebaja tras el ajusticiamiento de su titular.
Tras el ajusticiamiento de don Jaime la situación del mayorazgo de Torrebaja debió quedar en entredicho, con el título retenido y las propiedades embargadas. Nada conocemos de la inmediata evolución del señorío. No obstante, apenas ocho años después, el sabio rector de Chelva, Mares Martínez (1680), dice: “Torre Baja, tiene 50 casas, a la misma ribera del Turia [...], es de don Juan Castelblanc”.[16] El nuevo señor -don Juan Castelblanc- debía ser pariente inmediato del ajusticiado, que rehabilitó el título de su vínculo y liberó la hacienda de sus predecesores.
Ya en el siglo siguiente (XVIII), las propias certificaciones de veracidad del testamento de don Diego muestran a don José Ruiz de Casltellblanque como nuevo señor de Torrebaja (1729).[17] Cuarenta años después, cierto documento de la Audiencia Real de Valencia dice de don Juan Ruiz de Castellblanque, caballero del hábito de Nuestra Señora de Montesa, definiéndole como: “Dueño del Lugar de Torrebaja inmediato a la Villa de Ademuz y vecino de Valencia...” (1769).[18] El mismo registro documental dice de don Jaime Ruiz de Castellblanque, “inmediato sucesor dueño de esta población (de Torrebaja) y apoderado del actual (señor)”.


A principios del siglo XIX –según noticia de Población del Reino de Valencia (1802)- el señor de Torrebaja era don Francisco Ruiz de Castilblanque. Torrebaja, territorio de primogenitura vinculado a un mayorazgo, permaneció bajo dominio señorial hasta la abolición de estos privilegios, hecho que se produjo durante el trienio liberal, el 27 de septiembre de 1820.

© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).



[1] Una versión resumida del presente texto se publicó en el Libro de Fiestas de Torrebaja (Valencia), celebradas en honor de los patronos –Santa Marina y San Roque- del 20 al 24 de agosto de 2009, pp. 9-13. Dicho artículo tiene su origen en otro de TORMO, J.L., Toda una vida consagrada al crimen, en: Nuestras Memorias y Otras Historias, El Mundo, domingo 27 de octubre de 2002, que me sirvió de referencia para la búsqueda historiográfica -bibliográfica y documental- en que se basa el actual.
[2] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2007, vol. I, pp. 355-359.
[3] El argumento de la sentencia se basaba en la propia y tradicional dependencia del lugar de Torrebaja de Castielfabib (Valencia), en la ausencia de término propio y en que los moradores de aquellas casas no eran vasallos, sino simples arrendatarios (aparceros o colonos) que habían devenido en esta situación libremente, mediante contratos de arriendo –no por la vía del poblamiento u otro tipo de acatamiento o subordinación-. Vid SÁNCHEZ GARZÓN (2007), pp. 309-312.
[4] SÁNCHEZ GARZÓN (2007), pp. 341-531.
[5] Fray Pedro de Urbina y Montoya, arzobispo de Valencia, juró su cargo como virrey del Reino de Valencia en el Palacio Real de la ciudad (1560), estando presente su predecesor, don Eduardo-Fernando Álvarez de Toledo. Vid Historia Viva de Valencia [HVV], Las Provincias, vol. II, Valencia, 1898, Año 1650.
[6] GUÍA MARÍN, Lluis J. La represión del bandolerismo durante el virreinato de fray Pedro de Urbina (1650-52), en: Primer Congreso de Historia del País Valencià: celebrado en Valencia del 14 al 18 de abril de 1971, vol. 3, 1976 (Edad Moderna), pp. 411-420.
[7] HVV, vol. II, Valencia, 1898, Año1651.
[8] PÉREZ LLORCA, Pablo. Reflejos en la cultura del seiscientos. La violenta agonía del héroe, en: Espills de Justicia, Edita Fundación de la Universidad de Valencia, Valencia, 1998, p. 163.
[9] SÁNCHEZ GARZON (2007), p. 343.
[10] GARCÍA MARTÍNEZ, Sebastián. Valencia bajo Carlos II: Violencia, reivindicaciones agrarias y servicios a la monarquía, Edita Ayuntamiento de Villena, Valencia, 1991, p. 166.
[11] GARCÍA MARTÍNEZ (1991), pp. 164-166. Citado por PÉREZ LLORCA (1998), p. 172.
[12] GARCÍA MARTÍNEZ (1991), p. 164.
[13] Archivo del Reino de Valencia [ARV], Real Libro 598, fol. 228r y 292v-293r.
[14] <Se trataba de una patraña urdida por Antonio de Córdoba, excapitán de caballos del ejército de Extremadura, acusado de un asesinato en Plasencia y de extorsión a una viuda en Madrid, confidente de don Diego Sarmiento de Valladares, mientras éste fue presidente del  Consejo de Castilla, a partir de mayo de 1668. Cuando, [...], Valladares fue nombrado Inquisidor General y tuvo que dejar la presidencia de Castilla al conde de Villaumbrosa en el otoño de 1669, Córdoba, [...], decidió entregarse a la justicia civil, siguiendo los consejos de su capitán el conde de Melgar. Desde la cárcel madrileña se dedicó a enviar anónimos a don Juan José de Austria, entre enero y marzo de 1670, avisando de una conjura para envenenarle en la que estaban implicados Melgar, tres miembros de la Junta de Gobierno de la monarquía que auxiliaba a la regente María de Austria –Valladares, Villaumbrosa, el Marqués de Aytona- y el virrey de Aragón, conde de Aranda. El enlace entre los conjurados de la corte y Zaragoza era –según Córdoba- el señor de la Torre Baixa, quien por medio de un criado llevaría el tósigo al justicia de Teruel para que éste lo hiciera llegar al virrey de Aragón. Don Juan llegó a creer la conjura o la utilizó como pretexto para deshacerse de Aranda –adicto a la Reina Madre y que estorbaba su actuación como vicario general de la Corona de Aragón- haciendo saltar, por medio de cien caballeros, la casa del virrey, prendiéndole y remitiéndole a Madrid. Indica (Gabriel) Maura Gamazo que Córdoba debió de conocer desde antiguo a don Jaime Ruiz de Castellblanch, puesto que en sus confidencias a Valladares lo citaba varias veces como “amigo y auxiliar” de don Juan de la misma manera que lo incluyó después como cómplice de sus presuntos asesinos, cuando “seguramente no fue nunca ni una cosa ni otra”> [Vid MAURA GAMAZO, Gabriel. Carlos II y su corte, Librería de F. Beltrán, Madrid, 1911-15, p. 100].
[15] El Consejo de Castilla exculpó al conde de Aranda y a los otros presuntos conjurados –incluyendo a don Jaime Ruiz de Castellblanch- del “envenenamiento” de don Juan José de Austria. Antonio de Córdoba fue ejecutado el 12 de febrero de 1671 y su hermano Manuel condenado a diez años de presidio en Orán.
[16] MARES MARTÍNEZ, Vicente. La Fénix Troyana, Segunda edición, Imprenta La Federació, Teruel, 1931, p. 194.
[17] SÁNCHEZ GARZÓN (2007), p. 349.
[18] ROMO ANDREO, Antonio. Pleitos tengas y los ganes, en: Ababol 13, 14 y 15 (1998) 7-11, 25-29 y 26-32.