sábado, 10 de diciembre de 2011

FRANCISCO PROVENCIO GARRIDO, NATURAL Y VECINO DE TORREALTA (TORREBAJA).

Recuerdos -evocaciones y remembranzas- de un octogenario torrealtense



Envejecer es como escalar una gran montaña: 
mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, 
la vista más amplia y serena”.
Ingmar Bergman (1918-2007),
cineasta sueco.





Palabras previas, a modo de introducción.
           Hace años que conozco al señor Provencio –me refiero a Francisco Provencio Garrido (Torrealta, 1924)-, natural y vecino del Lugar. Cuando nos encontramos por la calle, ya sea en su aldea, en Torrebaja o Ademuz, pues él todavía conduce, siempre me saluda con efusión; sabe que yo también le aprecio, y el afecto no se puede ni se debe ocultar. A veces le llamó por teléfono, para consultarle algún dato, y me intereso por su salud, cómo se encuentra, y siempre me responde que bien; pues es hombre sufrido y sobrelleva con extrema dignidad su vejez y los achaques que invariablemente la acompañan.
            A comienzos del otoño, durante un recorrido a pie que hice de Torrebaja al Ventorro –me refiero a las Casas de Angelina (Libros)- siguiendo el antiguo camino de Ademuz a Teruel, que formaba parte del Camino Real de Valencia y Castilla a Aragón por esta parte del Rincón de Ademuz, me lo encontré a la salida de su aldea.[1] Estaba tomando el sol del atardecer con su vecino José Cruz Morales, sentado en una viga a modo de banco dispuesto contra un antiguo cubo, propiedad del señor Provencio: había ido a llevar sus sobras de comida a unos gatos que habitan el lugar. Habían coincidido durante el paseo y allí estaban los dos, sentados uno junto a otro, en silencio, compartiendo el momento y su soledad. Les pedí permiso para hacerles una foto y no tuvieron inconveniente, pues son gente sencilla y confían en mi discreción.


El señor Francisco Provencio Garrido en el antiguo Transformador de Mas de Jacinto (Castielfabib) y Torrealta (Torrebaja).
El señor Francisco Provencio Garrido con don Agustín, Cardenal García-Gasco y Vicente, Arzobispo de Valencia en Ademuz, durante la apertura del "Año Santo Jubilar Paulino"  (8 septiembre 2008).

            Es muy probable, sin embargo, que algunos de ustedes –amigos, conocidos y lectores que no sean de la zona- conozcan también el señor Provencio, aunque sólo sea de vista, pues su foto aparece en uno de mis últimos libros, junto a don Agustín, el Cardenal García-Gasco y Vicente, arzobispo de Valencia, que vino a Ademuz con motivo de la apertura del Año Santo Jubilar Paulino (2008).[2] Según me contaba, el señor cura le dijo a don Agustín: “Ese señor es el que hace las lecturas en Torrealta” –y el señor Cardenal se acercó solícito a saludarle-. La imagen de ambos ancianos, la del pontífice máximo de la Iglesia de Valencia y la de un vecino de una pequeña aldea del Rincón de Ademuz saludándose me pareció entrañable, por eso la capté.
            Como decía, cuando me encontré al señor Provencio y a su vecino José en el carasol de Torrealta yo iba andando por el camino, pero me senté un momento a charlar con ellos, y no sé cómo, pero el señor Provencio se refirió a cuando trabajaba en La Central de Castielfabib; yo desconocía esta faceta de su vida, pero me interesó, pues recientemente había hecho el comentario al libro de un amigo, que versaba sobre los comienzos de la electrificación en Teruel y el Rincón de Ademuz.[3] De ahí mi interés en conversar con él, para que me contara algún detalle de su actividad como “lucero”. Quedamos para cualquier tarde, sólo tenía que llamarle previamente... Le llamé semanas después, una tarde de finales de otoño y me dijo que pasara en media hora, pues se acababa de pinchar la insulina y tenía que cenar algo.

            Al llegar a la aldea aparqué en la calle del Remedio, frente al domicilio del señor Provencio, que al oír el motor del coche salió presto a abrirme. Tras los saludos me hizo pasar a una pequeña habitación de la planta baja que tiene a la derecha y que le sirve de comedor. La estancia estaba amueblada con una mesa, varias sillas y dos mecedoras, una estantería con libros y una estufa eléctrica; todo sencillo y práctico, como su morador. Me hizo sentar a la mesa, junto a la estufa y él se puso a mi lado, para aprovechar mejor el calor. El señor Provencio es un señor mayor, cuerpo menudo y ojillos pequeños y vivos. Viste pantalón oscuro y jersey grueso, la cabeza cubierta por una gorra de tela. No hubo necesidad de presentaciones, pues él ya conocía el objeto de mi visita y no tenía inconveniente en hablarme de su vida, de su infancia, familia y recuerdos. Me dijo que había tenido un buen día, por la tarde estuvo en misa, pues el señor cura les celebra las vísperas y al día siguiente era la Inmaculanda Concepción, y antes de cenar había llevado “la Virgen” a una vecina; así que allí estaba, cenado y dispuesto a responder lo que le preguntara. Como ya estaba la tarde avanzada y sé que se acuesta temprano, al preguntarle por sus recuerdos de infancia, animus confidenti entró resuelto en la materia de su vida y recuerdos:

Vista de Torrealta-Torrebaja (Valencia) desde el puente del Turia.

Familia e infancia en Torrealta y Torrebaja.
  • <Como te decía, el cura –se refiere a don José Antonio Durá Bataller-[4] nos celebra las vísperas y el sábado hará la misa del domingo; vendrá un rato antes para confesar -el que quiera, claro, porque esto no es obligado-. Sí, yo soy creyente y practico la religión, así me lo enseñaron, así lo creo y así lo he hecho siempre... No es que sea muy rezador, pero todos los días rezo antes de acostarme y por las mañanas al levantarme; le rezo al Sagrado Corazón de Jesús, pidiéndole por mis padres y por mis hermanos, pues rezar me alivia mucho. No tengo miedo de la muerte; además, ya tengo nicho reservado... Esta tarde, antes de cenar, le he llevado la Virgen a Ana la de Gimillo, que vive a la entrada. Ahora somos pocos en la aldea, hay pocas casas abiertas, mira: la de Gimillo que te decía, la mía, la de Paquito “el de la casa nueva”, la Marina, la Aurelia, la Lola y José, padres del de la Imprenta y sus nietos, y otro Guardia Civil retirado que vive en la Plaza. Aquí en la calle (del Remedio) no habemos más; en Las Eras sí: allí está la Maricarmen y familia, hija de José Cruz; al morir su hijo Antonio, él y Pedrico se han subido con ella... También está el de Mas del Olmo [...]>.
  • <Bueno, pues mi nombre es Francisco Provencio Garrido, y nací aquí en Torrealta en 1924; pero todos me conocen por Provencio, Paco el Provencio... A mi padre le llamaban Heliodoro Provencio Mañas y a mi madre Ángeles Garrido Asensio. Fuimos cinco hermanos: Antonio, Rafael, Heliodoro, luego yo y Manuel, el único que me queda, que está en Valencia. Ya ves, sólo hombres... Mi padre era hijo único de un maestro natural de Salvacañete, que vino a Mas de Jacinto; sí, él nació en Savacañete, pero de recién nacido lo trajeron a Mas de Jacinto. Como mi abuela murió joven, el abuelo Rafael se volvió a casar con una señora de esta aldea, de la familia de los Peteques...>
  • <Mi padre sabía mucho de agricultura, pero él no trabajaba la tierra, se buscó un criado de Mas de los Mudos que llamaban Julio, sí el que tenía un hermano casado con una muda, de ahí le viene el nombre al lugar... Este Julio nos quería muchos a mí y a mis hermanos, nos trataba como si fuéramos sus hijos. Pero mi madre, la pobre, con parir tantos hijos no tenía salud, así que cuando se quedó embarazada del último -esto sería por el año 1927 ó 28- a mí me mandaron a Torrebaja con una hermana de mi madre que llamaban Francisca [Garrido Asensio]: mi tía estaba casada con el tío Federo y tuvieron varios hijos: Antonio, que fue veterinario, Cristeta y Amalia -ésta casó con un practicante llamado Ernesto-. Me crié en casa de mis tíos y primas, y en Torrebaja comencé a ir a la escuela. Recuerdo que mi primer maestro fue don Astrolabio -se refiere a don Astrolabio Garcés Gómez (Báguena, 1875-Torrebaja, 1933)-, que tenía un hijo y varias hijas: la escuela estaba en la plaza, donde el viejo Ayuntamiento. Tengo entendido que a una hija de don Astrolabio la fusilaron en Villel cuando comenzó la guerra; yo no sé si era de izquierdas o derechas, pero la mataron... Una de las hijas de don Astrolabio se llamaba Angelita y venía conmigo a la escuela, otra era Carola y la otra Mariana: la recuerdo porque mi tía Francisca y mis primas (Amalia y Cristeta) se reían cuando les decía que mi madre tenía una cabra a la que llamaba “Mariana”. Los chicos íbamos al segundo piso de la escuela del Ayuntamiento y las niñas al primero, y en la planta baja estaba la Secretaría, el calabozo y otra estancia. Fui varios años a aquella escuela; después me volví a Torrealta, pero como estaba la guerra –tenía yo sobre 12 años-, dejé de ir... Durante la guerra cumplí los 14 años y ya no volví a la escuela, pero estando ya en la aldea –esto después de la guerra- nos daba clase el cura, don Valentín –se refiere a don Valentín Alegre Martín (1884-1956)-: sí, él nos daba la lección en su casa por las noches, a mí y a mis hermanos, sobre todo al pequeño; lo poco que sé lo aprendí con él... Y los cinco fuimos también monaguillos...>
Vista parcial de Torrealta-Torrebaja (Valencia), años sesenta.
            El vecino, señor Armando León Valero (Vallanca, 1924), hijo de Justo y Vicenta vivía por entonces en Torrebaja, y también recuerda a don Astrolabio Garcés Gómez: “Sucedió que cuando comencé a ir a la escuela a los pequeños nos ponían detrás, varios en una misma mesa que cojeaba; y desde delante la empujaron y la mesa dio la vuelta, de forma que todos caímos al suelo. No sé por qué, pero el maestro, que era don Astrolabio, me agarró a mí de la oreja y me la retorció hasta hacerme sangrar. Esto sería por el año treinta o treinta y uno, cuando comencé la escuela... Mi madre fue a quejarse al maestro por lo ocurrido; no sé lo que le diría, pero ya no me dejó volver con él...”.
        En relación con don Astrolabio, tenemos también el testimonio de la vecina Trinidad Martínez Arnalte (Torrebaja, 1941), que aporta nueva información: “Según contaba mi padre –se refiere al señor Gregorio Martínez Gómez (1895-1986)- don Atrolabio [Garcés Gómez] era un Maestro Nacional que procedía de Báguena (Teruel) y su esposa, doña Rosario [Marín Sarmiento], de Villel (Teruel); tenían un hijo, al que llamaban Garcés y tres hijas: Carola, Angelita y Mariana. Esta Mariana era muy guapa y de ideas avanzadas, decía que no había cielo ni infierno..., que éramos polvo y al polvo volveríamos... No sé por qué, pero la mataron los nacionales, a los que llamaban "fascistas" en Teruel; cuando la iban a fusilar pidió le permitieran arreglarse y se engalanó tanto que a los que tenían que disparar les daba pena de lo bien que paraba, por eso fue de pedirle que se volviera; pero ella dijo que no, que prefería morir de frente y con su ideal...”. La misma informante dice que, según su padre, "el tío Federo era el mayor contribuyente de Torrebaja, y que su casa -que después fue de Amalia y Ernesto-, fue la primera del pueblo que diseñó un arquitecto...". Dicha casa, ubicada en la calle del Rosario, posee una fachada en estilo modernista, basada en ladrillos y azulejos, y es una de las más singulares y hermosas de Torrebaja.

Recuerdos de la Guerra Civil (1936-39).
  • <Recuerdo que poco antes de moverse la guerra aquí en Torrealta robaron los badajos de las campanas de la iglesia y los echaron al río... Yo entonces era monaguillo y resulta que otro y yo fuimos a tocar a misa, pero al tirar de las cuerdas las campanas no sonaban; así que fuimos a decírselo al cura: "Don Valentín, que las campanas no tocan..." -nos dijo que subiéramos a la torre y viéramos qué pasaba-. Al subir vimos que las campanas no tenían badajo -y nos dio un martillo para que tocáramos directamente sobre la campana-.  Pero ya te digo, cuando la guerra yo estaba en Torrebaja aunque subía con frecuencia a ver a mis padres. Pero apenas podía salir de casa, porque los mismos muchachos me señalaban e insultaban: sí, me decían “el fascista éste, mira el fascista” –porque mi familia era de derechas de toda la vida- Aquí había muy mal ambiente entonces, mi padre tuvo que huir, porque lo buscaban; estuvo escondido en El Rato, una partida de Castielfabib lindante con Tramacastiel, donde teníamos tierra y una caseta de monte, sí, junto al Carrascal de Tramacastiel; allí estuvo hasta que don José -se refiere a don José Güemez, de Libros (Teruel)-, un maestro de izquierdas pero muy buena persona que había entonces aquí, vino a mi casa y le dijo a mi hermano: “Antonio, ya puedes ir a buscar a tu padre que he hablado con el comisario y me garantiza que no le pasará nada, que esté tranquilo...; aunque le digan lo que le digan, que esté tranquilo” -y eso hizo, fue a avisar a mi padre y volvió a casa-. Por debajo de nuestra casa vivía Joaquín Guillén Mínguez, primo hermano de mi madre: su hijo se llamaba Avelino –se refiere al señor Avelino Guillén Gea (1920-2006)- que fue practicante en el Hospital de Guerra de Torrebaja. Poco antes de terminar la guerra, estando todavía en el Hospital lo llamaron a filas, para llevarlo al frente; pero él se marchó del centro y se vino a Torrealta, y lo tuvimos escondido en nuestra casa... Sí, como nuestras casas se tocaban,  hicimos un agujero en la cuadra y por allí se pasaba a la suya a comer y eso, pero estaba escondido en la nuestra...   Mi hermano Antonio también estuvo de conductor de ambulancias en el hospital: los que traían heridos de Villel los trasladaban a otro hospital que había en Garaballa; mi hermano conducía la ambulancia; y otro de Torrealta, en un furgón llevaba a los que se morían a enterrar al cementerio de Torrebaja, donde abrieron unas zanjas...; sí,  mi hermano estaba también en casa de mi tía Francisca, la de Federo...>
Vista general de Torrealta-Torrebaja (Valencia), en la actualidad.

Los señores Francisco Provencio Garrido (izquierda) y José Cruz Morales (derecha), amigos y vecinos de Torrealta-Torrebaja (Valencia), tomando el sol del atardecer en su aldea, junto al Camino Real.


            El hecho de tener que huir de los pueblos fue muy común entre la gente de derechas, a los que con frecuencia detenían, pudiendo registrarse casos similares en Ademuz, Casasaltas, Castielfabib, Puebla de San Miguel, Torrebaja y Vallanca. Respecto al Hospital de Guerra de Torrebaja, también conocido como Hospital de Sangre, existen multitud de testimonios, algunos de los cuales aluden al traslado de pacientes al Hospital de Garaballa, ubicado en el Convento de Tejeda; asimismo, se alude al señor Avelino Guillén Gea, que fue practicante en dicho centro.[5]

  • <En la casa de mi tía Francisca –madre de Antonio, Cristeta y Amalia Martínez Garrido (1913-72), la que casó con el señor Ernesto Blasco Lozano (1907-1996)-, vivía un comisario de guerra que llamaban Carlos Sanz y muchas veces estuve con él: “Vente conmigo, Paco, vente...” –me decía; y yo me iba-: llevaba un cochecito pequeño y nos acercábamos hasta Los Santos o donde fuera; pero yo no solía bajar del coche, pues me advertía: “Tú Paco, quédate aquí, vuelvo enseguida...” –se marchaba, hacía lo que tuviera que hacer y volvía-.// Aquí en Torrealta sacaron las cosas de la iglesia y las quemaron, los santos, las andas, todo, todo lo que podía arder... El retablo, que según don Valentín era muy valioso, lo sacaron también, lo deshicieron y lo quemaron frente a la iglesia, todo ardió en un montón... Ver quemar todo aquello, la Virgen del Remedio, la del Rosario, Santa Ana..., me produjo mucha impresión, y me fui corriendo a casa, llorando. Al verme llorar mi madre me preguntó qué me pasaba y yo se lo dije: "Madre, que están quemando los santos y la Virgen..." -entonces mi madre me cogió y me dijo que no tuviera pena, que cuando pasara todo aquello compraríamos otras imágenes, que no llorara...-. Recuerdo que había un santito que llamaban el “Niño de la Bola”, sí, un Niño Jesús con una bola así en la mano..., pues también lo quemaron: a ése yo no lo vi quemar, pero contaron que fue un muchacho de mi quinta que vivía en Las Eras; parece que lo cogió y lo echó al fuego y al caer se le rompió el brazo a la imagen... Y cuando terminó la guerra, este mismo muchacho iba de pastorcico con unas cabras y estando por La Matorra se encontró una bomba y al lanzarla le explotó y le arrancó el brazo... Tuvieron que ir por él, y el pobre no se desangró de milagro. Recordando lo que había ocurrido con el “Niño de la Bola”, la gente le decía: “Ves, esto te ha ocurrido por haber tirado el Niño Jesús a la hoguera...”. El hermano mayor de este muchacho era uno de los que ayudó a sacar y quemar todo lo de la iglesia... No es que fueran malos, era la incultura que había entonces. La casa del señor cura también la saquearon, y la del tío Román –se refiere al señor Román Hernández Marín-, que era ebanista, hermano del tío Cesáreo el de La Serrerría de Torrebaja y del tío Lucio de Los Santos... Sí, este hombre tenía carpintería en su casa y se dedicaba a construir todo tipo de piezas de madera para los molinos de la zona, y “limpias” –unas máquinas para limpiar el cereal que funcionaban con agua-. Decían que era muy buen artesano, pero muy bueno... Este hombre, nada más comenzar la guerra se marchó a San Blas, en Teruel: si no se hubiera marchado puede que lo hubieran matado...; claro, era de derechas... Tenía sólo una hija llamada Manuela, casada con un Guardia de Asalto -así llamaban a los guardias de la República- hijo de un maestro [don Primitivo] que había habido en Torrealta. El tío Román se marchó a San Blas y allí montó otra carpintería durante la guerra, y después de la guerra ya no volvió, murió allí...>

            
Respecto al citado comisario, estimamos que se refiere a Carlos Sanz Asensio –Alto Comisario del XIX Cuerpo de Ejército, cuyo Estado Mayor se hallaba en Torrebaja (Valencia)-.[6]

El señor Francisco Provencio Garrido en la puerta de su casa en Torrealta-Torrebaja (Valencia).

En relación con el maestro que se nombra, el vecino Miguel Sánchez Calvete (Torrealta, 1924), contemporáneo del señor Provencio, dice de los docentes de Torrealta: “Recuerdo a don Cristóbal Serrano, que era de Tramacastiel (Teruel). Otro llamado don Juan, que procedía de Chelva (Valencia). Y también a otro llamado don José Güemez, de Libros (Teruel), que ya era mayor. En pocos días falleció él, su mujer y una hija que tenían... Pero el primero de todos fue don Primitivo, suegro de un guardia civil que estaba casado con una hija del tío Román, el carpintero. Sí, el tío Román, al que le requisaron la casa nada más comenzar la guerra, al día siguiente cogió un caballo que tenía y se marchó: se pasó con los nacionales por la parte de Villel. Se instaló en San Blas, un pueblo de Teruel, donde estuvo toda la guerra y después se quedó allí; ya no volvió a Torrealta. Sí, parece que le fue bien allí... Como te decía, don Primitivo, el maestro, era un señor ya mayor, enfermo, que tenía atemorizada la clase; claro, por las bofetadas que daba: a un niño le dañó un oído del sopapo que le arreó. En aquella época era normal que los maestros pegaran...”.[7]

  •  <Cuando el bombardeo de Torrebaja del año 38 –se refiere al ocurrido el 26 de noviembre de 1938-[8] yo estaba allí, pero me cogió una infección de vientre y mi madre quiso tenerme aquí en la aldea con ella, por eso me trajeron... Recuerdo que venía a casa un practicante de los rojos y me ponía unas inyecciones; después estuvo un médico del Batallón de Ingenieros acantonado en Torrealta, y también me visitó... Sí, eran de fortificaciones y ocupaban varias casas, la del cura y otras... Mi padre se llevaba bien con los militares, y por eso fue de ofrecerse voluntario mi hermano Rafael, porque le iban a llamar a filas y el jefe del batallón le colocó por aquí, para no tener que irse al frente. Y Heliodoro, que era el tercero también se metió en el Hospital, aunque al final se lo llevaron al frente...>
  • <No, aquí en Torrealta no bombardearon, pero recuerdo que al borde del Llano, esto es por detrás del cementerio, colocaron una de las campanas de la iglesia, colgada de una viga de madera sujeta con unos pilares de obra: allí había siempre un soldado de guardia vigilando la llegada de los aviones, que venían río abajo desde Teruel... En cuanto los sentía llegar tocaba la campana, tirando de una cuerda que pendía del badajo... Y la gente, en cuanto sentía la campana, se metía corriendo en los refugios; porque aquí hicieron dos refugios, uno de ellos donde ahora está el campo de fútbol -por encima de la casa del cura- y otro mayor un poco más arriba, ya en las eras, que tiraba contra la ladera -por debajo de la casa de Bienvenido el de Mas del Olmo-. Ambos refugios tenían dos bocas, una de entrada y otra de salida, por si se hundía alguna que pudiera salir la gente... Claro, estaban muy bien construidos, entibados con pinos que trajeron del Rodeno y preparados en la serrería del tío Román –se refiere al señor Román Hernández Marín, hermano del tío Cesáreo de Torrebaja y del tío Lucio de Los Santos-; sí, el carpintero que te decía se marchó a San Blas cuando comenzó la guerra... Los empezaron a construir trabajando por las dos bocas a la vez, y me acuerdo cuando ambos equipos coincidieron: ¡Hoy nos encontramos! –decían, y se encontraron-. Todavía recuerdo gritar a Consuelo Blasco –se refiere a la señora Consuelo Blasco Gómez (1913-2007)- cuando oía tocar la campana avisando de la llegada de los aviones: ¡Madre, madre, que vienen los aviones, vamos al refugio...! A mi casa también venía, llamando a mi madre: ¡Ángeles, Ángeles, que vienen los aviones...! –y se marchaban todos al refugio-. Ya te digo que aquí en la aldea no bombardearon nunca, aunque cayeron un par de bombas por delante del cementerio, una arriba y otra un poco más abajo; los aviones regresaban de bombardear en Torrebaja, y en esa misma batida, de vuelta para Teruel, dejaron caer algunas bombas en Mas de Jacinto, una por el puente donde la gasolinera del tío Caseto y otra más hacia arriba, allí mataron a varios soldados que se habían refugiado en una alcantarilla... Después de la guerra, cuando vino don Valentín, mandó quitar la campana del Llano y la volvieron a colocar en la iglesia...>
El señor Francisco Provencio Garrido, junto a la tumba de sus padres en el cementerio de Torrealta-Torrebaja (Valencia).
Recuerdos de posguerra en Torrealta.
  • <¿Que qué pasó aquí después de la guerra? Pues no pasó nada grave, el ambiente era mejor de lo que se podía esperar... Muchos, algunos de los que saquearon y prendieron fuego a las cosas de la iglesia tenían miedo... Claro, pensaban que los meterían en la cárcel... Había aquí una mujer a la que llamaban María [Sánchez Miguel, natural de Puebla de San Miguel], hermana de la madre de Valeriano [Rodríguez Sánchez (1930-2005)] (hijo), casera de un cura al que decían don José Rodríguez Sierra, hermano del tío Valeriano [Rodríguez Sierra (1887-1958)] (padre). Esta mujer, María, estuvo de casera (con don José) en Las Minas de Libros, y cuando terminó la guerra, como estaba muy resentida por todo lo ocurrido, que le robaron todo y saquearon la iglesia, pues eso, que quería que castigasen a los responsables. Por aquella época después de la guerra estuvo mi padre de alcalde pedáneo, y le decía a la casera: “María, no ha habido muertos, aquí (en la aldea) no han matado a nadie, vamos a ser compasivos...” -pero ella venga que a la cárcel, que tenían que pagar lo que habían hecho, y dale-. Vino aquí a mi casa el cura, don Valentín, y le decía: “María, estamos todos vivos, no nos ha pasado nada, han quemado las cosas de la iglesia y todo lo demás, pero todos estamos bien, seamos compasivos, perdonemos, que somos cristianos...” -pero ella que no, que a la cárcel, que los fusilaran...-. Y no pasó nada... Bueno, metieron en la cárcel a dos: a uno llamado Tomás, que había sido Comisario de guerra, y a otro al que decían Pascual, hermano del que te decía que perdió el bracico cuando le estalló la bomba; pero salieron pronto... Resulta que la madre del Comisario había sido “ama de leche” de mi hermano Rafael, porque ya te digo que mi madre no estaba bien... Y la tía Antonia la Gorda, que era la madre de Tomás el Comisario venía a mi casa a llorarle a mi padre: “¡Ay Heliodoro!, que se han llevado a mi Tomás, que lo van a matar...” -porque ya te digo que mi padre era el alcalde de la aldea entonces-. Pero mi padre le decía: “Estate tranquila, Antonia, que a Tomás no lo matan...” -porque mi padre había bajado a Torrebaja, para hacer gestiones en el Ayuntamiento, y ante la Guardia Civil-. Hicieron un documento, un aval firmado por el Alcalde, no recuerdo quién era; mi padre y el cura, don Valentín, también firmaron y eso les valió: mi padre fue a Valencia con el aval y lo presentó donde fuera; ellos estaban presos en la Cárcel Modelo... Y al poco tiempo Tomás y Pascual regresaron a la aldea... Sí, este Tomás casó después con Remedios, una hija del tío Valeriano [Rodríguez Sierra]; Paquito, ése que se ha hecho la casa nueva en el huerto, y otro que llaman José, que está en Valencia, son hijos suyos... Tomás tenía varias hermanas y un hermano llamado Antonio, que trabajaba en el tren de La Azufrera; sí, él se cuidaba de la vía...>

            Para comprender el resentimiento de la señora María Sánchez Miguel, natural de Puebla de San Miguel (Valencia) y casera de don José Rodríguez Sierra, cura de Las Minas (que huyó a la zona nacional y falleció en Zaragoza), cabría conocer toda la historia, pues el perdón es algo íntimo, personal e intransferible y no se puede imponer. De ahí que deba remitir a los lectores más interesados a las referencias documentales y bibliográficas correspondientes, donde se aportan nuevos datos acerca del sacerdote y de su sobrino, el joven José Rodríguez Sánchez (1918-1938) –presuntamente asesinado por individuos de su propia brigada en Camarena (Teruel), cuyo cuerpo fue hallado en estado de descomposición y con la cabeza destrozada en el Cerro Moral.[9]
            El señor Provencio no recuerda quién era el Alcalde de Torrebaja firmante del aval que se menciona; lo cierto, sin embargo, es que hubo varios, alguno de ellos con mandato efímero.[10]

La vida en la aldea y el trabajo en el campo.
  • <Con el tiempo todo se fue tranquilizando y la gente siguió su vida, cada cual como pudo... Yo me quedé en la aldea, trabajando las tierras de mi padre, claro, hacía todo lo que me mandaban del campo, según la estación: sembrar maíz, escabar remolacha, judías, sembrar el trigo, segar, los riegos, los sulfatos... Bueno, entonces no se sulfataba apenas: a los manzanos se les daba una pasada con “arseniato” y vale, porque no había tantas plagas... Tampoco se podaba, por eso los manzanos se hacían tan grandes; así se sembraba debajo. Con el que más iba yo era con Julio “el de la Masadica”, que lo teníamos de criado: él nos enseñaba todo lo que había que hacer... Tú debiste conocer a Ceferino, que se casó con una hija del Cañicero de Torrebaja... Sí, hombre, Ceferino se marchó a Manises y uno de sus hijos se hizo cura -se refiere a don Antonio Díaz Tortajada (Castielfabib, 1947)-; pues Ceferino era sobrino de este Julio de la Masadica, criado de mi padre... Nosotros teníamos bastante tierra, también en Mas de Jacinto, porque como te decía mi abuelo vino de Salvacañete como maestro a Mas de Jacinto y al morir mi abuela se volvió a casar con una señora de la aldea, de la familia de los Peteques... Esta mujer, María, quiso mucho a mi padre, como si fuera su hijo, prueba es que le dejó todos sus intereses; por eso teníamos tantas tierras allí en el Mas...>
  •  <Claro que he estado enamorado... Ya mocete me enamoré de una muchacha de Torrebaja que llamaban Pilar la Randola, hija del tío Randolo –se refiere al señor Antonio Gómez-, uno que tocaba el violín... Sí, mi padre también tocaba la guitarra, iban a tocar juntos. Pero mi padre no quiso que me casará con ella, por cosas de los pueblos, que entonces se miraban mucho; porque la muchacha era buena chica, a mí me gustaba y me hubiera casado con ella... Después se fue a Barcelona, a servir -como se decía entonces-, y allí se casó con un dentista, eso me dijo Josefina, la hermana mayor: “¿Sabes que Pilar se ha casado con un dentista? Sí, ha tenido suerte...” -eso me dijo-. No, después ya no me volví a enamorar... Además, mi madre ya no estaba bien y en cuanto le nombraba lo de marcharme se ponía a llorar: “No te marches, Paco, no me dejes sola, no te vayas...” -total que me quedé con ella, y soltero-. Claro, yo de decía: “Madre, que somos cinco hermanos y yo tengo que mirar por mí...” -pero no me pena, no me pena, porque hice por ella lo que pude hasta el final, levantarla, lavarla, vestirla, guisar y me queda esa satisfacción-. Porque mi madre nos enseñó todo lo de la casa, a cerner, a amasar, guisar, lavar... Mis padres murieron a la misma edad (74 años) y el mismo año (1967), con pocos meses de diferencia. Y los hermanos no tuvimos ningún problema con las particiones, entre nosotros nos arreglamos bien...>
Calle del Remedio en Torrealta-Torrebaja (Valencia), durante una procesión, años sesenta.


El señor Francisco Provencio Garrido en el antiguo Transformador de Mas de Jacinto (Castielfabib) y Torrealta (Torrebaja).

Vista posterior del antiguo Transformador de Mas de Jacinto (Castielfabib) y Torrealta (Torrebaja).
Después de la “mili” se hizo “lucero”.
  • <Que cómo fue lo de meterme de “lucero”?, pues resulta que cuando viene de la mili, allá por el año 1946 ó 47, yo quería irme de forestal; por salir de aquí y hacer mi vida... Pero mi hermano Antonio dijo que no me convenía, porque estaría siempre solo por el monte; por eso fue de buscarme un puesto en la “Teledinámica Turolense”, como electricista en Torrealta, Mas de Jacinto, el Ventorro y la Masadica de los Mudos. No, yo no sabía nada de electricidad, ni hice ningún curso; me compré algunos libros y fui aprendiendo solo... Entré a trabajar en lo de la luz porque la plaza ésta quedó libre; el que hacía de "lucero", un tal Antonio el Patricio de Torrealta, se mató: sí, se suicidó agarrándose a los cables de alta tensión en el transformador de Mas de Jacinto que servía esta zona... Por aquella época estaba de “lucero” en Torrebaja el tío Ricardo el Mosquito -se refiere al señor Ricardo Hernández Luis (1911-2000)-; y nuestra misión era dar la luz cada día al atardecer y por la mañana quitarla -el transformador estaba en una loma que hay antes de llegar a Mas de Jacinto, todavía está el edificio-: allí entraban las líneas de alta tensión de Castielfabib y Teruel, y salían dos líneas de baja tensión, una para Mas de Jacinto y El Ventorro otra para Torrealta y Mas de los Mudos. Al atardecer iba a darla, subía por El Ventorro, donde el puente de las Casas de Angelina y seguía por la casa de Simón, que entonces era de don Valentín; y por la mañana subía mi padre a quitarla. Sí, había un interruptor y se quitaba, pero hasta que pusieron los contadores se quitaba toda la luz, la del alumbrado público y la de las casas particulares. Otra de mis funciones era arreglar las averías, cobrar los recibos que mandaban de Teruel, y eso... Porque al principio no había contadores, se facturaba por las bombillas y la potencia de cada una, no era como ahora... Después ya se pusieron los contadores y había que hacer la lectura del consumo; al principio de los contadores, aunque había un mínimo para el cobro, la gente se pasaba de consumo y de Teruel me decían que avisara a los clientes para que se controlaran y apagaran las luces, porque les vendrían facturas que no podrían pagar. Y aunque no lo debía hacer, para favorecer a la gente había meses que les cobraba de menos, avisándoles para que al mes siguiente consumieran menos y así compensar... Porque los kilovatios de más que gastaban valían el doble de los contratados. Y cuando la empresa pasó a “Eléctricas Turolenses” se jubiló uno de Los Santos en La Central de Castielfabib, y el Jefe de Teruel, señor Prieto, me ofreció irme a Castiel... Por eso fue ir, porque me aseguró que allí estaría mejor. El encargado era Enrique, de Los Santos, estaba también Antonio el Murciano, Benedicto de El Cuervo, luego vino José Antonio, de Castiel –que era el más joven>.
  • <Al comenzar el turno en La Central, lo primero que hacía era engrasar las turbinas, que eran las máquinas que producían la electricidad... Cuando venía un bajón de fuerza se producía un “amarre” muy fuerte –ello significaba que había más demanda de luz de la que producía la máquina-, entonces hacía un ruido muy fuerte y había que abrir las compuertas para que el agua saliera, y parar la turbina. Luego había que ir moviéndola poco a poco con la mano, y abriendo el agua que entraba, hasta que se enganchaba de nuevo para acoplarse con la otra corriente -porque todas las centrales estaban conectadas-: había unos aparatos que te señalaban como iba subiendo la potencia, para hacerla coincidir con la otra fuerza, para lo que había un manillar, con el que se daba un golpe seco, ¡clac!, y se acoplaba... Había que hacerlo en el momento justo, eso te lo indicaban unos pilotos encarnados intermitentes que parpadeaban muy rápido, pero conforme se acercaba el momento iban más y más despacio; porque si no se producía un zambombazo que no veas... Sí, yo aprendí pronto, aunque a otros les costaba mucho, pero era porque tenía mucho interés en hacerlo bien, vaya... Recuerdo una noche en que hubo una tormenta de no te menees y vino y “amarre” muy fuerte, se fue la luz y yo estaba solo; así que tuve que llamar al encargado de Castiel para ver lo que debía hacer: me dijo que cortara la línea de Teruel y que fuera dando fuerza a los pueblos del Rincón, y que soltara alguno si me quedaba sin fuerza... Bueno, tenía su complicación, porque había muchos aparatos medidores, luces y demás. También tenía su peligro, porque recuerdo  una vez que vino un “amarre” muy fuerte y el que estaba de turno, que era Benedicto el de El Cuervo, le pilló algo dormido y la tubería que bajaba del canal reventó, y toda la fábrica se inundó un metro de agua... En verano, con los riegos, el nivel del agua bajaba mucho, y había que estar al tanto, para regular la turbina con relación al agua que entraba... El que había de turno debía estar al tanto, yo entonces leía, y fumaba mucho, un par de paquetes al día y a veces hacía corto; pero ya no fumo... En La Central había tres turnos de ocho horas, el que entraba a las seis de la tarde salía a las dos de la madrugada; y el que entraba a las dos salía a las diez de la mañana, y el que entraba a las diez salía a las seis de la tarde... Cuando automatizaron La Central -eso fue a comienzo de los años ochenta- ya no hacía falta la gente, y el Jefe me ofertó ir a Teruel o jubilarme anticipadamente. Y como me dijo que me iba a quedar lo mismo, pues preferí jubilarme; tenía entonces 59 años y unos treinta y seis de trabajo en la empresa... A todos los demás trabajadores se los llevaron a Teruel>.  
Calle del Remedio en Torrealta-Torrebaja (Valencia), en la actualidad.

     
Tras la jubilación, su vida continúa en la aldea.
  • <Tras jubilarme yo continué haciendo la vida de siempre, cultivando y haciendo las cosas del campo... Como te decía, mis padres murieron el mismo año, con pocos meses de diferencia: mi padre en abril y mi madre en septiembre. Y aquí estoy, viviendo en la casa que me dejó mi madre. Podría estar en Valencia, con mi hermano Manuel, allí tengo yo un piso; pero el aire de la ciudad no me sienta bien, me ahogo con el humo de los coches... Aquí estoy muy bien, este año todavía he hecho algo de huerto, tomates, pepinos, pimientos y eso... Con los vecinos me llevo muy bien, todos son muy atentos conmigo, menos ése que te digo... Además, tengo este aparato -se refiere a un pulsador de teleasistencia- que lleva colgado el cuello con un hilo: en cuanto lo pulso me llaman, eso me da tranquilidad, claro, por si me pasa algo... Sí, considero que he tenido una vida feliz, aunque no una felicidad completa, porque me ha faltado una mujer: me hubiera gustado casarme y tener hijos y nietos como mis hermanos, pero no pudo ser... Pero ya te digo, no me quejo; tengo la satisfacción de decir que asistí a mi madre hasta el final...>

            Damos aquí por concluida la conversación, pues no deseo alterar las costumbres de mi anfitrión -sé que se acuesta temprano y se levanta tarde-: “Aunque siempre me ha gustado madrugar, pero ahora para qué me voy a levantar pronto, no tengo nada urgente que hacer y tampoco me apetece estar con la estufa encendida. En la cama estoy mejor, tengo una manta eléctrica que me va muy bien; antes me ponía la bolsa de agua...; mi madre ya utilizaba un ladrillo que calentaba al fuego y envolvía en una frazada, para los pies...”-me comenta-. Los vecinos de la aldea suelen estar pendientes del señor Provencio, pero lo que más le preocupa a él es que le retiren el carné de conducir, pues él se mueve con el coche para satisfacer sus necesidades: “Muchas veces, cuando voy por los medicamentos a la farmacia de Torrebaja traigo también los de mis vecinos, no me cuesta nada y les hago un favor...” –dice satisfecho-.

Vista general del torreón gotiforme, que fue de los Garcés de Marcilla (siglo XVI), sito en la plaza de Torrealta-Torrebaja (Valencia).
A modo de epílogo.
          La conversación mantenida con el señor Provencio nos ha permitido conocer significativos aspectos de su infancia, a la vez que sus recuerdos de la revolución y Guerra Civil española en la aldea y Torrebaja: la información aportada contribuye al conocimiento del periodo histórico en la zona -a la vez que confirma muchos datos que ya conocíamos-.
         Son de especial interés los nombres de los personajes nombrados, sus relaciones familiares y los hechos en los que se vieron envueltos. Asimismo, resulta relevante su vinculación con la fábrica de luz de la Teledinámica Turolense, S.A., más conocida como La Central de Castiel, cuya existencia está relacionada con los orígenes de la electrificación en el Rincón de Ademuz y Teruel.
            Por lo demás, llama la atención el aspecto humano del personaje y el aprecio en que le tienen los vecinos de la aldea. Sin embargo, donde realmente muestra su calidad como persona y como hijo es en los cuidados y el cariño que prodigó a su madre hasta el último momento, sirviéndola cuanto pudo en sus necesidades finales -nadie podrá nunca quitarle esa satisfacción-.


Ventana con macetas de geranios en una casa de Torrealta-Torrebaja (Valencia), hace unos años.

            En suma: mediante este somero relato, el señor Provencio se nos muestra en toda su plenitud como el individuo bueno, franco y sencillo que es; él hubiera querido tener otra vida -una mujer, unos hijos y nietos como sus hermanos...-; pero ha aceptado de buen grado, sin amargura ni resentimiento lo que la Providencia le tenía reservado. Sin duda, la verdadera felicidad no está en conseguir lo que queremos, sino en aprender a ser felices y disfrutar lo que tenemos. Vale. 

© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).



[1] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Patrimonio cultural y religioso en Torrebaja: los casilicios o pilones del Camino Real, en: http://alfredosanchezgarzon.blogspot.com/2011/11/patrimonio-cultural-y-religioso-en.html, del sábado 12 de noviembre de 2011.
[2] ID., El cardenal don Agustín García-Gasto y Vicente, arzobispo de Valencia, en el Rincón de Ademuz, en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, pp. 77-80.
[3] ID., José Carrasquer Zamora y los comienzos de la industria eléctrica en Teruel y Castielfabib, en: http://alfredosanchezgarzon.blogspot.com/2011/10/jose-carrasquer-zamora-y-los-comienzos.html, del lunes 17 de octubre de 2011.
[4] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Don José Antonio Durá Bataller, nuevo cura de Torrebaja (Valencia), en: http://alfredosanchezgarzon.blogspot.com/2011/11/don-jose-antonio-dura-bataller-nuevo.html?spref=fb, del miércoles 9 de noviembre de 2011.
[5] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. El Hospital de Sangre de Torrebaja durante la Guerra Civil española (1936-39), en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, pp. 85-94.
[6] De la Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores (SBHAC), Vid: http://www.sbhac.net/Republica/Personajes/Militar6/Militar6.htm
[7] SÁNCHEZ GARZÓN (2009), p. 170.
[8] SÁNCHEZ GARZÓN (2009), pp. 17-33.
[9] SÁNCHEZ GARZÓN (2009), pp. 169-179. ID., Acerca de la Causa General, en: Del paisaje,…, Valencia, 2011, vol. IV, p. 34.
[10] Por orden cronológico, el último Alcalde de la guerra en Torrebaja fue don Enrique Ramírez Peinado (1938-39). Después de la guerra lo fueron: don Francisco García Monferrer (1939-39); don Francisco Pinazo Martínez (1939-39); don Serafín Giménez Hernández (1939-41); don Nicolás Tortajada Blasco (1941-41); don Francisco Aliaga Miguel (1941-43); don Nicolás Tortajada Blasco (1943-43) y don Alfredo Sánchez Esparza (1943-56). Archivo Histórico Municipal de Torrebaja (Valencia).

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