martes, 4 de diciembre de 2012

RUFO ANTÓN HERNÁNDEZ, LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA (y II)

Recuerdos –evocaciones y remembranzas- de un cartero rural
en el Rincón de Ademuz


  • <En invierno, cuando llegaba al Val todavía era de noche, y tenía que ayudarme de un mechero para ver las direcciones... Entonces había (en la aldea) quince o veinte vecinos. No, no tenía problema, porque a mucha gente la conocía ya, sobre todo a los de mi edad, de haberlos visto por Ademuz, o de tratarlos en las fiestas; y si no sabía, preguntaba… Del Val de la Sabina me encaminaba hacia Mas del Olmo, subiendo por el camino viejo de herradura...; no, entonces no había carretera. Aquel camino iba por detrás del cementerio del Val, y desde allí ya comenzaba a subir por la ladera, toda la solana arriba, hasta el corral del Portillo, que está en el alto. Y de allí tiraba hacia Mas del Olmo, que estaba a unos ocho kilómetros desde el Val, dos horas de camino. Yo no seguía las curvas del sendero, no; siempre acortaba monte a través... Sí, tenía mi propio atajo. En Mas del Olmo me encontraba con otro cartero -el enlace que venía de la Puebla de San Miguel-: él tenía que repartir en Mas del Olmo y en la Puebla. Yo le daba las cartas que traía de Ademuz y él me entregaba lo de la Puebla; lo de Mas del Olmo lo recogía yo directamente del buzón, pues tenía llave: allí había otros tantos vecinos, como en el Val>.
El señor Rufo Antón Hernández (Ademuz, 1926), 2008.


La conversación deriva hacia el tema escolar en las aldeas y los niños que bajaban a Ademuz, según lo que él recuerda de entonces:
  • <En aquella época ya no habían maestros en las aldeas, ni en la Puebla... Sí, niños había, pero iban al colegio o al instituto de Ademuz: el lunes los bajaban los padres, y allí pasaban la semana, durmiendo y comiendo en Ademuz; y el viernes por la tarde se subían... Hay unos muchachos en Teruel -los Sierras, les llaman-, que se dedican a la madera, pues esos bajaban de Mas del Olmo, tres o cuatro muchachos y una muchacha. El viernes por la tarde, sus padres me daban el burro para que se les bajara, y cuando llegaba donde el Molino Nuevo, lo dejaba allí atado en la reja: entonces todavía vivían allí los molineros, aunque ya no molían. Los muchachos salían del colegio, cogían el animal, metían en el serón lo que llevaban y se subían a la aldea con sus padres. Claro, todos no montarían a la vez, se irían turnando... Y de la Puebla también bajaban seis o siete muchachos: Ignacio Azcutia, el padre de Eva –se refiere a doña Eva Mª Azcutia Marqués, actual alcaldesa de Puebla de San Miguel-, bajaba a dos de ellos. También bajaba el hijo de Pepe -el cartero de allí- y un sobrino; y una muchacha que se hizo enfermera y luego casó con un médico: ahora están en Cuenca. Por aquella época venían muchos chicos y chicas al instituto de Ademuz incluso de Chelva y otros pueblos de La Serranía, también de Alobras y Veguillas de la Sierra, de El Cuervo y Libros, que son pueblos de Teruel. Y de Val de la Sabina también bajaban, los hijos de la Pepita, y de Gabino...>.

            El señor Rufo sigue evocando el trayecto que diariamente hacía en su ruta como cartero por las aldeas de Ademuz:
  • <De Mas del Olmo me pasaba a Sesga..., normalmente bajaba por la rambla hasta el molino de Los Cuchillos, y allí cogía el camino de la aldea; en total desde Mas del Olmo había otras dos horas. Subiendo por el barranco, pensaba yo: Algún día sale por aquí una culebra y se me come... -porque por allí no pasaba nadie, más que yo-. No, nunca me salió ninguna... Por algunos trechos, para ir mejor, cortaba las aliagas del sendero, así el camino quedaba libre. Cuando venía el ingeniero y veía las matas cortadas preguntaba la causa, y el forestal le decía: Las aliagas las corta el cartero..., para no pincharse. No, yo no he conocido funcionar el molino de Los Cuchillos; pero entonces casi todo aquello estaba labrado, por los de Ademuz, Sesga y la Puebla... En Sesga había un hombre que cultivaba unos huertecicos por allí -tío Domingo, le decían- que bajaba todos los sábados a Ademuz, para comprar pan y lo que le hacía falta, y a afeitarse en la barbería de Modesto el Alguacil, que estaba en la plaza del Rabal: donde han puesto la taberna esa que hay ahora..>.
Vista parcial del caserío de Mas del Olmo-Ademuz (Valencia), 2011.
Detalle del buzón de correos de Mas del Olmo-Ademuz (Valencia), 2011.
  • <Cuando llegaba a Sesga repartía el correo –entonces había seis u ocho vecinos, menos que en el Val-; cogía lo que había en el buzón y me bajaba para Ademuz. De Sesga recuerdo a Fermín, el pastor -se refiere al señor Fermín Luz Yuste (Sesga, 1927)- y a su mujer, Presentación, que falleció hace poco. A Juanito, a Antonio, uno que se bajó al Puerto de Sagunto, allí vende iguales... A Urbana y Bienvenido, a Herminio, que era mozo viejo... De Sesga me bajaba hacia Ademuz por el camino antiguo, a parar al Val; otras veces iba por Los Planos de Sesga, bajando por la umbría del Villar, camino de la fuente la Canaleja, entonces el molino de Los Cuchillos quedaba a la derecha. Este camino era como ir monte a través, aunque había una miaja de senda..., la que yo hacía, claro. El mejor camino era el viejo, pero el de la Canaleja era más corto, aunque después tenía que ir saltando por las piedras de la rambla, vadeándola, porque entonces bajaba bastante más agua que ahora. De Sesga a Ademuz había dos horas más de marcha…>.


Vista parcial del caserío de Mas del Olmo-Ademuz (Valencia), con detalle de la parroquial -Santa Bárbara-, en lo alto (2011).


Vista parcial del caserío de Mas del Olmo-Ademuz (Valencia), 2011.



Cuando llegaba a Ademuz tenía que realizar los encargos que le habían hecho los aldeanos:
  • <Como le decía, a Ademuz llegaba sobre las tres y media o cuatro de la tarde, según lo que me entretenía. Todo el mundo me conocía y la gente me daba mucha conversación, pues los de las aldeas eran gente habladora; y me hacían algún encargo. Muchas veces me daban las cajas o cartones de los medicamentos, para que el médico me hiciera la receta... Mi mujer iba al consultorio, cogía la receta y luego iba a la farmacia para comprarlos. Otras veces me encargaban un pollo, carne, pescadillas congeladas, esto y lo otro... Claro, siempre me daban alguna propina, unos más que otros, pero todos algo. Entonces no había carretera y la gente no bajaba como ahora, sobre todo las personas mayores. Cuando hicieron las pistas y llegaron los tractores la gente bajaba más, entonces me encomendaban menos cosas>.
  • <No, los médicos tampoco subían como ahora, la gente tenía que bajar aquí a Ademuz y sólo en casos muy graves subía el doctor; pero cuando subía ya se sabía que el paciente estaba mal, tanto que se moría... Don Manuel, el médico -se refiere a don Manuel Antón Blasco- subía por Riodeva, por allí había un carril hasta Mas del Olmo; o por Santa Cruz de Moya (Cuenca), vía Aras de Alpuente (Valencia) y Losilla (Teruel) hasta Puebla de San Miguel, pasando por La Hoya de la Carrasca, donde está la ermita de Santa Quiteria. Una mañana, cuando ya estaba el carril –que no era más que un camino de tierra sin asfaltar-, me encontré con don Manuel Antón, que iba a la Puebla y me montó en su coche: se iba de madrugada, antes que deshelara, y luego se volvía por Aras (de los Olmos) y Santa Cruz (de Moya). No, a don Manuel no le venía bien subir a la Puebla..., ni a ninguno. Otras veces me encontraba por las aldeas a la Guardia Civil, que subía una vez al mes; al verme me paraban y me hacían firmar, conforme habían estado por allá arriba, y ponían: “El cartero” -y yo firmaba debajo->.


Vista parcial del caserío de Mas del Olmo-Ademuz (Valencia), 2011.


Vista parcial del caserío de Mas del Olmo-Ademuz (Valencia), 2011.

            Ir a Puebla de San Miguel, vía Santa Cruz de Moya (Cuenca), Aras de los Olmos (Valencia) y Losilla (Teruel), pasando por Hoya de la Carrasca, donde se halla la ermita de Santa Quiteria,[1] supone un fenomenal recorrido por infames carreteras. El señor Rufo sigue diciendo:
  • <Cuando abrieron el carril me hice con una moto de 49 cc, y así subía; pero eso fue ya al final. La denominación de mi trabajo era “Enlace Rural a Caballo” y no podía decir que utilizaba ningún vehículo, porque si no me acortaban la paga... Alguna vez subía con una caballería, esto cuando tenía que cargar mucho peso; pero el macho que yo tenía era “romo”, y estos machos no son buenos para los caminos, pues se echan a perder y luego no labran bien. Para andar por los caminos son mejores los “yeguatos”, que andan como los burros. De todas formas, la cabalgadura la utilizaba mayormente en verano, pues en invierno, montado, pasaba más frío>.

            Resulta curiosa la apreciación del señor Rufo, conforme los machos “yeguatos” son más adecuados para los caminos que los “romos”… Al respecto, cabe decir que los machos “romos” son caballerías producto del cruce de caballo y burra; mientras que los “yeguatos” son hijos de yegua y burro: ambos son infecundos, no pueden reproducirse. Los más apreciados para labrar eran los “romos”, por su nobleza y docilidad; mientras que los “yeguatos” eran menos valorados, por impredecibles. Según la edad, a dichos animales se les llamaba “añojos”, hasta el año; “quincenos”, hasta los quince meses y “treintenos”, hasta los treinta. A partir de los tres años cambiaban la dentadura y ya era muy difícil averiguar su edad; sólo los tratantes expertos la podían establecer con alguna aproximación, basándose en su aspecto, pelaje y otros detalles de actitud y comportamiento. 


Vista general del caserío de Puebla de San Miguel (Valencia), desde la carretera de Losilla (Teruel) [Fotografía tomada de Wikipedia, La enciclopedia libre].
 


De su actividad diaria, sigue diciendo:
  • <Los domingos y festivos que no tenía que subir a las aldeas me trabajaba la tierra; sí, la poca que yo tenía. Y también al verano, porque entonces los días son más largos. Cuando me subía a las aldeas, como almuerzo me llevaba un bocadillo y algo de fruta, manzanas o lo que había del tiempo y almorzaba en Mas del Olmo, en casa de Marco –se refiere al señor Marco Yuste Novella (Mas del Olmo, 1938)-, el pedáneo, o en la de la Inés: muchas veces me daban allí un vasito de vino, o café. Pero comer siempre comía en mi casa, porque llegaba sobre las tres o las cuatro de la tarde, según...>.



Las condiciones atmosféricas fueron los peores enemigos del señor Rufo:
  • <Sí, había días que hacía mucho frío, por eso cuando repartía las cartas (los vecinos) me hacían pasar a las casas: ¡Pasa, Rufo, pasa, que hemos hecho café...! -y me tomaba una taza con un chorro de coñac-. Claro que he pasado frío en invierno. A veces salía nevando de Mas del Olmo y cuando cogía la cuesta del Val ya era agua. Otras veces salía de Ademuz y veía El Cerrellar pintando nieve y me iba, pero cuando llegaba al corral del Portillo, ya en el alto, la nieve alcanzaba dos palmos..., eso me pasó más de una vez. Lloviendo era obligado ir, pero no con nieve, porque con la nieve todo se iguala y se pierden los caminos. Para caminar llevaba unas botas que nos daban, pero al principio de ir me las compraba yo. Más que nada por el peligro de picaduras o mordeduras de víboras que hay por el monte. Nunca me ocurrió ningún percance grave; pero una vez, yendo por la umbría del Villar, tropiezo y me caigo. Y gracias, porque unos metros más abajo había un peñascal; si caigo por allí no me encuentran. Otra vez me caí con la moto, pero no me pasó nada. Vaya, entonces sólo había teléfono en la Puebla, pero no en Mas del Olmo, ni en Sesga ni en el Val...>
  • <Al principio –ya le digo- todo eran caminos de herradura, pero luego hicieron la pista que sube a Mas del Olmo y Puebla de San Miguel: era la misma que hay hoy día, pero sin asfaltar. Cuando llovía se formaban rodales de greda en los que era fácil patinar y caerse: por allí no pasaban ni los gatos... Para la lluvia llevaba un impermeable, y a veces también un paraguas. Una vez, subiendo a Mas del Olmo me pilló un chaparrón a modo de tormenta, y me metí bajo unas sabinas que hay junto al camino; tanto llovía que no podía salir: tuve allí la “mobileta” varios días parada, porque de tanto barro como había no podía llevarla a la aldea ni bajármela a Ademuz. Otra vez me pasó algo parecido por El Cerrellar, yendo con Vicente el forestal –que era de Puebla de San Miguel y tenía una moto de estas grandes de montaña-: al llegar a la altura de una finca grande de almendros, propiedad de don Manuel Antón, creyendo que podía pasar se metió y atascó, así que tuvimos que bajar y pasar como pudimos, y limpiar luego las ruedas, porque la moto no iba de tanto barro>.
  • <La gente de Ademuz, que trabajaba por la zona donde yo solía pasar, también me encargaba cosas; especialmente comida, pues algunos estaban varios días labrando. Los últimos años, cuando se jubiló el cartero de la Puebla, Pepe, que era mi enlace, entonces tenía yo que repartir el correo en Mas del Olmo y subir hasta la Puebla, repartir allí y recoger: entonces hacía todo el recorrido, pero ya tenía la moto. Aunque más de una vez pinché o se estropeaba, y tenía que dejarla allí varios días, averiada. Entonces debía subir a arreglarla, o me bajaba alguien, como una vez en que Ramón Luz, el de Sesga, nos bajó a mí y a la moto hasta Ademuz; otra vez me bajé con Vicente el Pintor, que tenía colmenas por allí. Peripecias de estas me ocurrieron muchas..., también me pillaron muchas tormentas y lluvias. Pero lo peor era el frío... Más tarde, a los carteros de Ademuz, Castiel y Torrebaja nos cambiaron el nombre del puesto de trabajo, que de “cartero rural de enlace a caballo” pasó a llamarse “cartero de clasificación y reparto”, y nos pagaban algo más; bueno...>.


Entrada al caserío de Sesga-Ademuz (Valencia), 2011.
Detalle de la fachada de una casa con balcón en Sesga-Ademuz (Valencia), 2011.


El aparente conformismo del señor Rufo –su resignación y entereza- se ve enaltecido por su identificación con el trabajo y su sentido de la responsabilidad:
  • <Ocurrió una vez que don Miguel, el jefe de correos de Ademuz, me dijo: Mira, Rufo, hay un telegrama urgente para Sesga, pero tú ya has hecho tu jornada de hoy..., obligación no tienen, pero es muy urgente... No me dijo la causa, sólo que era muy urgente... Pero mire, yo he sido siempre muy responsable de mi trabajo y aunque acababa de bajar de Sesga, cogí el telegrama y me volví a subir... Cuando llegué a Sesga y se lo entregué al destinatario, me enteré del contenido: era un señor de allí que había fallecido en Barcelona; y aquella misma noche se marcharon los familiares para el entierro. Si lo dejo para el día siguiente, ya hubieran llegado tarde... Otra vez, nada más empezar esto de las cartas, tuve que subir con un recado de don Antonio –se refiere a don Antonio Pérez Sesé-, el cura que había entonces en Ademuz, pues se había muerto el padre del Herminio: estaba nevando y subí con dos palmos de nieve. Primero fui a Mas del Olmo y luego a Sesga, de donde era él: Mira, de parte don Antonio, que tengo una mala noticia que darte,... tu padre se ha muerto -eso le dije-. Su padre estaba en Castellón en una residencia, donde lo había llevado don Salvador, un sacerdote hijo de Sesga -se refiere a don Salvador Pastor Pastor-, porque parece que los hijos no podían cuidarle. Entonces Herminio, nevado como estaba, bajó a Ademuz, para hablar con don Antonio...>.

            La tarde ha pasado velozmente y la habitación donde nos encontramos ha quedado medio en penumbra. Al comentarlo, Mari Luz se alza presta y levanta las persianas, cuyos ventanales recaen sobre la carretera de Vallanca. Los últimos rayos del atardecer iluminan con brillo dorado los cantiles que coronan el cerro de Horca, mientras las sombras se adueñan de la vertiente septentrional de El Sanguinar y El Trapero, unas partidas de Ademuz sobre la fuente Vieja. De esta forma damos por concluida la entrevista, pues aunque para nosotros ha sido un placer escucharle, no deseamos cansar más a nuestro interlocutor, quien termina diciendo:
  • <En el año 1991, cuando cumplí los 65 años, me jubilé..., lo recuerdo porque estando en la Exposición Universal de Sevilla (1992) ya pedí una entrada de jubilado, y me exigieron el carné. Desde entonces sólo me he dedicado al huerto y poco más. Estoy operado de ambas rodillas, debe ser de tanto andar... A veces, cuando pasaba por la carretera me encontraba con Mariano Fernández, el de la tienda, que me decía: ¡Rufo, tú no tendrás reuma, no...!. ¡Vaya, si llego a tener...! No, me lo decía en serio. Pero, fíjese si habré andado kilómetros en tantos años –cuesta arriba y cuesta abajo-, a 32 kilómetros diarios; caminando durante unas 7 horas cada jornada. Pero tengo buen recuerdo del tiempo que pasé como “cartero rural de enlace a caballo” y luego como “cartero de clasificación y reparto”, pese a los madrugones –muchos días veía salir La Chelvana para Valencia- y al frío que he pasado por esos montes. Porque lo hacía a gusto y disfrutaba con mi trabajo...>.

            El señor Rufo detiene su discurso en este punto, mientras concentra la mirada en un lugar indeterminado de sus recuerdos... Probablemente no añora las caminatas ni el frío de aquellos días, pero sí los lejanos días de su infancia y juventud, las conversaciones con los aldeanos, el silencio y los sonidos de la naturaleza, el irrecuperable tiempo pasado...

Detalle del viejo buzón de correos de Sesga-Ademuz (Valencia), 2011.


Vista parcial de Sesga-Ademuz (Valencia), ca.1960 [Fotografía cedida por Ramón Luz Pastor, alcalde pedáneo de Sesga].



Palabras finales, a modo de epílogo.
Salvo mejor criterio, el mayor interés de la entrevista reside en que documenta los pequeños detalles de una actividad escasamente conocida, como era la del entrañable cartero rural, en la forma que se vino realizando en Ademuz y Castielfabib con sus aldeas y lugares durante décadas; al menos durante casi todo el siglo XIX y primera mitad del XX.
La trascripción realizada aunque literaria en su formato- se ha hecho respetado estrictamente el espíritu de la conversación mantenida, si bien conservando palabras y expresiones singulares. Los recuerdos de infancia del señor Rufo ilustran también sobre la actividad propia de muchos niños en Ademuz y Torrebaja extensiva al conjunto comarcano- durante los años de la Guerra Civil (1936-39) y posteriores, en que cuidaban ganado o ayudaban a sus padres en las faenas agrícolas. También la de muchos mayores, que usualmente se marchaban a la siega fuera de la comarca. Por causa de la guerra y circunstancias de entonces, muchos de aquellos chicos no tuvieron posibilidad de adquirir una formación académica básica; razón por la que los padres les mandaban a las clases particulares nocturnas -cuando volvían del campo o los ganados-, para que los instruyeran los maestros locales: ello refleja la preocupación de los progenitores, porque sus hijos adquirieran una educación elemental, saber leer y escribir, las cuatro reglas y algo de urbanidad.
Como tantos otros trabajadores sin tierra o con escasas propiedades, el señor Rufo tuvo que trabajar a medias y a jornal, y padeció las consecuencias de la crisis de la agricultura del minifundio: bajos precios en los productos del campo y mezquinos jornales, razones que le impulsaron a emigrar a Francia con su familia, esposa e hija. Allí estuvieron durante casi una década. El regreso se vio motivado por causas familiares, padres ancianos e hija adolescente. La vuelta, sin embargo, parece no supuso ningún trauma aparente, pues rápidamente encontró trabajo como cartero rural para las aldeas de Ademuz.
El relato de su actividad nos instruye sobre sus andanzas por los caminos que conducen a Val de la Sabina, Mas del Olmo y Sesga, y Puebla de San Miguel, evocando trayectos y parajes, caminos y veredas, su trato y solicitud con los aldeanos y las conversaciones con la gente; la meteorología, los topónimos, la antroponimia y otras cuestiones relativas a su quehacer. Llama la atención el noble carácter del personaje, su incuestionable bondad natural, la identificación con su labor y sentido de la responsabilidad, hasta el punto de volver a subir a Sesga para llevar un telegrama muy urgente, cuando su jornada ya había concluido. Su actividad como cartero vino ejerciéndola durante dos décadas, caminando unas siete horas diarias y recorriendo una media de treinta kilómetros cada jornada. Las condiciones atmosféricas no siempre fueron propicias, hasta el punto que el frío y el calor, el viento, la lluvia y la nieve fueron sus principales enemigos.

En suma: valga el presente trabajo como reseña y en reconocimiento a la labor profesional, social y humana que ejercieron durante décadas los carteros rurales del Rincón de Ademuz, personificados en el señor Rufo y su esposa, ambos hijos de Ademuz. Vale.


© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).



[1] SÁNCHEZ GARZÓN, A., La romería de Santa Quiteria, en Costumbres, Oficios, Fiestas y Juegos de antaño, Ababol 42 (2005) 4-12. ID., La romería de Santa Quiteria, una marcha penitencial con dimensión mundana, en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2007, vol. I, pp. 333-340.

RUFO ANTÓN HERNÁNDEZ, LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA (I)

Recuerdos –evocaciones y remembranzas- de un cartero rural
en el Rincón de Ademuz


“En invierno, cuando llegaba al Val (de la Sabina) todavía era de noche,
y tenía que ayudarme de un mechero para ver las direcciones...
Entonces había (en la aldea) quince o veinte vecinos”.




Palabras previas.
La entrada actual constituye la versión digital de una entrevista realizada hace unos años al señor Rufo Antón Hernández (Ademuz, 1926), cuyo texto original ya fue publicado en soporte papel.[1] El motivo de recuperar aquella conversación se justifica por dos motivos: el primero, por el propio interés de la misma, ya que nos ilustra acerca de una realidad desaparecida, como fue la forma de reparto del correo postal a las aldeas de Ademuz; y el segundo, porque en la versión original el artículo contenía un error en el nombre del protagonista, siendo pues esta la forma que tengo de resarcirle.
De esta forma daremos a conocer el sistema habitual y mayoritario de comunicarse con el exterior que tuvieron nuestros padres y abuelos, en estos pueblos y aldeas del Rincón de Ademuz, hasta bien avanzados los años cincuenta y sesenta de la pasada centuria. Pues el cartero rural fue el recurso humano más específico de aquella forma concreta de notificarse; y las estafetas de correos con su buzón, la tradicional carta escrita a mano y el telegrama ordinario, su medio material.
Aunque someramente, sirva este texto para aproximarse al conocimiento de aquella actividad. Y como humilde homenaje a su sacrificado servicio, personalizado en la figura del entrevistado, que durante más de veinte años ejerció como “cartero rural de enlace a caballo” y como “cartero de clasificación y reparto” en Ademuz: recorriendo diariamente las aldeas ademuceñas de Val de la Sabina, Mas del Olmo y Sesga, y la villa de Puebla de San Miguel.
El señor Rufo Antón Hernández (Ademuz, 1926), 2008.



Precedentes históricos, material y método.
Antecedentes históricos de los carteros rurales en la comarca pueden verse en la bibliografía, según el texto de Pascual Madoz (1846), quien dice de Ademuz:
  • <Villa con ayuntamiento de la provincia, administración de rentas, audiencia y capitanía general de Valencia (30 horas), partido judicial y administración de rentas de Chelva, diócesis de Segorve (23): SITUACIÓN entre los confines de Aragón, Castilla y Valencia, en el territorio llamado Rincón de Ademuz, sobre la pendiente de un cerro á la márgen derecha del río Turia; [...]. Dentro de su jurisdicción, y dependientes de ella, están las aldeas siguientes: Casas-Altas 1 hora S(ur), Casas-Bajas en la misma dirección á 1 (hora y) 1/2, la de Sesga á 3 horas E(ste), la de Mas del Olmo también al E(ste), y á igual distancia que la anterior, y la del Val (de la Sabina) á 5/4 (de hora) E(ste).[...]. Los CAMINOS son todos locales, de herradura y malos. Para el servicio de la CORRESPONDENCIA hay una estafeta del 15 por 100, en la cual se reciben los correos de la capital, los martes y jueves por la noche; [...]>.[2]

Para aproximarnos al conocimiento práctico del asunto he utilizado el método etnográfico denominado “elicitación de informantes”: dicho procedimiento consiste en la entrevista a una persona conocedora del tema objeto de estudio, en este caso el mencionado señor Rufo Antón Hernández, que ejerció como cartero rural durante dos décadas, realizando su servicio diario entre Ademuz y las aldeas de su jurisdicción, extensivo a Puebla de San Miguel durante algún tiempo.
La conversación tuvo lugar en 2008 -cuando el entrevistado tenía 82 años-; y fue en su domicilio, sito en el piso alto de una casa ubicada en la carretera de Vallanca, estando conforme en que fuera grabada. A dicha reunión asistieron su esposa, la señora María y su hija María de la Luz, con quien había acordado el encuentro. A la hora convenida arribé al domicilio del señor Rufo, que me esperaba en el comedor de su casa, junto con su esposa. Tras los saludos y presentaciones expliqué al matrimonio el objeto de mi visita, “recopilar información acerca de su vida y actividad profesional como cartero rural en Ademuz”, con el propósito de escribir sobre el tema. Ambos se ofrecieron a ayudarme en lo que pudieran, proporcionándome la información que buscaba; la señora María y su hija intervinieron en varias ocasiones, puntualizando nombres, fechas y otros detalles de interés.


Vista meridional de Ademuz (Valencia), desde El Trapero (2010).

Recuerdos de infancia, Guerra Civil (1936-39) y emigración.
El señor Rufo es un hombre esencialmente bondadoso, sencillo y cordial, y no pone objeción a que grabe la entrevista –le hago saber que son mis notas de trabajo-; pero no quiere que en el artículo ponga su nombre completo, sólo las iniciales. Le explico que ello no puede ser, pues lo que me interesa es documentar la actividad con datos fehacientes, y nadie mejor que él –con su nombre y apellidos-, que ha realizado este trabajo durante tantos años, para atestiguar sobre el mismo con conocimiento de causa. Felizmente accede, aunque con reticencias. Sin embargo, las evasivas iniciales van disipándose conforme progresa la charla y adquiere confianza: 
  • <Mi nombre es Rufo Antón Hernández y nací en Ademuz el 27 de julio de 1926: ahora tengo ochenta y dos años cumplidos..., y tenía diez años cuando empezó la Guerra Civil (1936-39). Mi padre era Camilo Antón Blasco y mi madre Domina Hernández Luz, los dos de Ademuz: mire usted, mi padre y el de éste señor que llaman Ángel Antón Andrés, el catedrático que dirige la revista “Ababol”, eran primos hermanos..., y nosotros primos segundos. Y el padre del señor Ángel y el de don Manuel Antón Blasco, que fue médico titular de Ademuz durante muchos años, eran también primos..., porque los abuelos eran hermanos. Sí, de la familia de los Corbelleros, así les llamaban aquí...>.
           
Se nombra aquí a don Ángel Antón Andrés (1926-2011), el que fuera fundador y director de la revista “Ababol” y del Instituto Cultura y de Estudios del Rincón de Ademuz (ICERA),[3] y a don Manuel Antón Blasco (1927-2000), que fue médico titular de Ademuz.[4]
Vista general de Ademuz (Valencia), desde el camino que sube al "Cerro de Horca" (2009).




Tras la reseña familiar, sigue diciendo:
  • <[No], Yo nunca fui a la escuela..., bueno, fui muy poco, de los seis a los diez. Pero apenas tengo recuerdos de entonces... Porque cuando llegó la guerra contaba yo diez añicos, y el tiempo que duró no hubo escuela, por eso no pude ir. Al terminar tenía ya 13 años y me mandaban al ganado... ¿Por dónde llevaba las ovejas? Pues por Los Planos, por El Pinar Llano, hasta casi Negrón. También por El Soto y Cerro Gordo -que dicen-, por La Moratilla: allí teníamos un pedazo de tierra y construimos una miaja de corral... Íbamos siempre dos o tres; como yo era pequeño, siempre me acompañaba algún hermano mayor, o iba con mi padre. Éramos cinco hermanos: Antonio, Ángel, Vicenta, Manuel y Rufo, que soy yo. Cuando fui mayorcito, con dieciséis o diecisiete años –recién terminada la guerra-, ya iba solo. Pero recuerdo que antes de la guerra, tendría yo sobre ocho o nueve añicos, estando con las ovejas en El Pinar, nos salía una “pantasma”; pero era uno que nos hacía miedo con un farol. Sí, movía el farol en la oscuridad, hacia un lado y otro, y parecía que corría: nosotros creíamos que era un alma del otro mundo, que nos pedía le hiciéremos misas... Pasábamos mucho miedo, porque éramos pequeños, y el mayor que nos acompañaba tampoco tenía mucho ánimo. La última noche se subió con nosotros mi padre, porque tenía que segar por allí y para ver qué era aquello. Total que nos acostamos allí, donde las ovejas; y al poco rato aparece la luz de la “pantasma”. Mi padre que la ve pregunta: ¿Quién va...? Pero no contestaba nadie y así varias veces. Hasta que coge un ruejo y lo lanza con fuerza contra la luz, dando en la puerta... La “pantasma” debió asustarse, porque se fue y ya no volvió más... Después supimos que era un tal Enrique, uno que (de mayor) estuvo en la Residencia de Ademuz y falleció hace unos años>.
  • <Aquello fue en verano, y aquí en Ademuz no quedaban más que muchachos y viejos, casi todos se iban para la siega..., a la Tierra Baja en Aragón, para esa parte de Zaragoza que llaman Cinco Villas, por Herrera... Iban a ganar alguna perra para el invierno. Sí, de aquí salían cuadrillas de gente y pasaban fuera hasta cuarenta días. Iban en caballerías, otros en el tren. Sólo se llevaban las corbellas, las zoquetas, una manta, algo de ropa y comida para el viaje, y trabajaban a destajo; dormían allí, en el propio tajo o en los pajares. Claro, si necesitaban algo más lo comprarían allí. Recuerdo que mis dos hermanos mayores se fueron a la siega a finales de mayo del mismo año que empezó la guerra y vinieron el día de la Virgen de agosto, cuando ya había comenzado... A algunos que venían con ellos los pararon para pedirles los documentos o lo que fuera, pero a ellos no les dijeron nada>.
  • <No, de la guerra tengo pocos recuerdos, porque era pequeño... Íbamos un día con los ganados, por ahí por Los Planos -donde el barranco de las Zorras-, y unos aviones dejaron caer tres bombas, cayeron cerca de donde estábamos..., apenas unos cientos de metros más allá, y las ovejas corrían espantadas por los trigos. Los aparatos venían río abajo y también tiraron bombas por las Casas de Guerrero. Nosotros los veíamos venir y relucían con el sol... Alguno dijo: ¡Son nuestros, son nuestros..! -pero no (debían serlo), porque soltaron las bombas-. Aún vivimos algunos de los que íbamos con el ganado aquel día, Miguel el Hazaña, Bienvenido el Cubo, Alfonso el del molino y yo. Venía también el marido de la Blasa y Bienvenido el Botero, que ya fallecieron.
  • <Sí, entonces teníamos entre diez y trece años. Cada uno llevaba unas quince o veinte ovejas, pocas; muchos ganados se deshicieron (durante la guerra), porque hubo que vender animales, también matábamos para comer, porque te lo requisaban... El que te requisaban, si te lo pagaban era a precio bajo..., igualmente se llevaban los animales de labor, machos y burros, para cargar municiones, armas y alimentos que llevaban al frente. También recuerdo que pasaba la aviación y ametrallaban... Todavía cayeron bombas en La Hoya de los Molares, una no explotó: quedó clavada en tierra y se le veía la espoleta, y como tenían miedo de tocarla labraban alrededor>.
  • <Después la llevaron donde La Dehesa, en un barranco frente a Torrebaja: entre Los Terreros y la bajada de La Palanca, en una hondonada que no hay pinos: la dejaron sin plantar para vereda, pues allí se quedó la bomba. Era como un cántaro... El que sabía bien dónde estaba era Pepe el Molinero de Torrebaja y su hermano Paco, que venían muchas veces con nosotros. Ellos tenían el molino de Abajo, y traían un par de cabras.... Eran menores, pero íbamos juntos, pues nosotros encerrábamos por allí, en unos corrales de la tía María Rosa, cuñada de la tía Avelina. La tía María Rosa tenía una hija, Maruja, que estaba casada con un tal Villanueva, veterinario, hermano de don Antonio, que fue boticario en Torrebaja después de la guerra...>.


En el último párrafo se cita a los hermanos Pepe y Paco de Torrebaja, refiriéndose a José (1929-2008) y Francisco Gracia Bertolín (1931-92), alias los Molineros, hijos del tío Lázaro, que regentaba el molino de Abajo; a la tía María Rosa, esto es, a la señora María Rosa Zaragoza Luz (Ademuz, 1868), y a don Antonio Villanueva Garrido (+1959), farmacéutico, natural de Casasbajas (Valencia). Asimismo, se alude a cierta bomba, procedente de los bombardeos nacionales en la zona durante la Guerra Civil (1936-39), cuya carcasa todavía se conserva en Torrebaja (Valencia).[5]


Calle y edificios en Ademuz (Valencia), detalle del urbanismo (2009).


Terminada la guerra, la vida diaria continuó de forma parecida a como había discurrido hasta entonces, aunque ya nada sería igual:
  • <Después de la guerra, Paco y Pepe, los del molino, ya llevaban más ganado, casi veinte ovejas, pero seguían viniéndose con nosotros. Ellos encerraban en el molino de Abajo, que llamaban del tío Lázaro –se refiere al señor Lázaro Gracia López (1902-1964)-, que era su padre. Terminada la guerra, durante algún tiempo fui a la escuela con don Vicente Soriano Jiménez, un maestro de la Huerta del Marquesado (Cuenca), que había estado (preso) en la cárcel y estaba entonces aquí, desterrado... Un hermano de aquel maestro era catedrático de medicina, y fue director del Hospital de San Pablo en Barcelona. Los padres de estos señores tenían la posada de su pueblo... Con aquel maestro aprendí algo, poco; porque lo que aprendías durante invierno se te olvidaba al verano... Bueno, algo se me quedaría... Mis padres le pagaban 15 pesetas al mes para que me diera clase. Los muchachos íbamos a su casa por las noches –de las siete de la tarde a las diez de la noche-, y allí nos daba lección a los que estábamos. Yo fui durante dos o tres temporadas. La vivienda la tenía alquilada, pues estuvo residiendo en varias casas; en la de Dámaso, también en la carretera... Después, aquel hombre, en cuanto terminó el destierro, se marchó a su tierra: hace algunos años aún vivía..., pero yo ya no le he vuelto a ver.

Se menciona aquí a un acreditado médico –el doctor Máximo Soriano Jiménez (1905-1978)-, nacido en la Huerta del Marquesado (Cuenca), en cuya casa natalicia –calle de la Iglesia número 5- hay una placa conmemorativa, que dice: EN ESTA CASA NACIÓ EL/ DR. [MÁXIMO] SORIANO JIMÉNEZ,/ CATEDRÁTICO QUE FUE DE/ LA FACULTAD DE MEDICINA/ DE BARCELONA./ SUS HERMANOS. Existe una fundación Privada que lleva su nombre, inscrita en el registro de Fundaciones de la Generalidad de Cataluña, cuya finalidad es "La ayuda en el desarrollo de la investigación, docencia y tratamiento en todo ámbito de las Enfermedades Infecciosas y SIDA, así como en su prevención y educación sanitaria de la población".[6] El señor Rufo continúa diciendo:
  • <Mi padre murió después de la guerra, cuando tenía sesenta y un años. No recuerdo bien cuándo, hacia 1944-45; pero sí sé que fue el 8 de septiembre, día de la Virgen de Tejeda, mi hermano Manuel estaba entonces en la mili... Durante varios años, seis o siete, hasta después de casarme, estuve trabajando las tierras de los hijos de la tía María Rosa: lo que sembraba (maíz, remolacha, alfalfe...) lo tenía a medias, pero los frutales se los trabajaba a jornal; a veces cogía algún jornalero que me hacía falta. Trabajar “a medias” quiere decir que la mitad de la cosecha que sacaba era para el amo de las tierras. Y “a jornal” que por trabajar las tierras y cuidar los árboles (podar, regar, sulfatar...) recibía un salario, pero toda la cosecha era para dueño. Bueno, las manzanas del suelo me las quedaba, y cuando estaban picadas eran para los animales... Sí, la tía María Rosa y nosotros éramos familia, ella era prima hermana de mi madre, pero ellos eran ricos y nosotros pobres..., cosas de la vida>.


El señor Rufo y su esposa -la señora María- se casaron a mediados de los cincuenta -en 1955-, y al año siguiente les nació una hija; después emigraron a Francia, donde estuvieron casi una década:
  • <Sí, mi mujer y yo nos casamos aquí en Ademuz. Fue el 15 de enero de 1955 y a los catorce meses de casarnos, el 31 de marzo de 1956, nació Mari Luz, la hija que tenemos; y cuatro años después nos fuimos a Francia: primero me fui yo y estuve un año solo; después vinieron ellas. Allí estuvimos unos nueve años y pico. Mi madre murió de setenta y seis años, estando yo allá; cuando vine a recoger a mi mujer y a mi hija, mi madre hacía un mes que había fallecido...>
  • <Yo me marché a Francia el año sesenta, porque aquí no se sacaba suficiente para vivir; entonces las manzanas se pagaban a siete pesetas el kilo. Cuando me marché, ganaba de jornal lo mismo que los que trabajaban en los pinos, entonces estaban repoblando el monte..., unas cuarenta pesetas diarias. Y en Francia ganaba dos francos nuevos, que al cambio eran unas 250 pesetas. La comida valía por un estilo, pero el vicio..., la bebida, el tabaco y eso estaban mucho más caros. Allí, una cerveza de tercio en el bar costaba 120 francos viejos, pero una de litro en la tienda te costaba 60 ó 70 céntimos: para que vea... ¡Valía la pena comprarla en la tienda y bebérsela en casa!>
  • <En Francia trabajé seis o siete meses en las obras, pero en invierno hacía frío y llovía mucho; después tuve la ocasión de entrar en una fábrica de porcelana, y allí me metí. Luego cambié a otra empresa que hacía lo mismo –decorar cerámicas-, porque allí me pagaban más. Estábamos en una ciudad del centro del país, Vierson, a unos 200 kilómetros al sur de París. Vivíamos muy bien. No, yo no hablaba francés, pero mi hija sí; yo empezaba en francés y siempre terminaba en español..., pero me defendía. Mi mujer no trabajaba, estaba en casa cuidando a nuestra hija. Pero al final le salió faena en casa, en la terminación de prendas de vestir para niños, poniendo los botones y las etiquetas, esas cosas. Se trataba de abriguitos y otras piezas que traían de París, de la casa “Christian Dior”, seguramente la habrá oído usted nombrar. Una casa muy importante de allí...>

           En este párrafo se nombra Vierzón, ciudad francesa emplazada en el distrito de Cher, región Centro. Tiene importancia como nudo de comunicaciones, principalmente ferroviario, pues allí confluyen la línea París-Toulouse y la de Lyon-Nantes. Además por el municipio discurren tres autopistas: A71, A85 y A20.[7] Respecto a su regreso a España, dice:
  • <Regresamos de Francia el año 1971-72, el año del cólera... El revisor del tren nos dijo: Pero, ¿cómo vuelven, si allí hay cólera...? ¡Bueno, con coñac se mata! -sí, eso decía-. Volvimos –dice la señora de Rufo- porque mis padres ya estaban mayores, y también por unos tíos que no tenían familia. Además, Mari Luz ya se estaba haciendo mayorcica y si nos quedábamos más tiempo empezaría a tener amistades...; sí, ella también quería volver. Cuando nos volvimos yo tenía sobre 45 años y mi hija unos 15 años; ella ya se vino con el certificado escolar que sacó allá...”.
Calle y edificios en Ademuz (Valencia), detalle del urbanismo (2009).

Regreso de Francia y nuevo comienzo en España.
A comienzos de los años setenta la familia del señor Rufo regresa de Francia: de una parte, por cuestiones familiares, debido a la ancianidad de los padres de su esposa y unos tíos sin hijos que tenían; pero también por su hija, para evitar se enraizara demasiado en Francia y luego no quisiera volver, como les pasó a tantos hijos de emigrantes. El cambio de ambiente no debió ser fácil, pues la sociedad francesa en la que habían vivido durante los últimos años era muy distinta de la que encontraron en Ademuz. Sin embargo, la familia no tuvo problemas para reintegrarse a la vida social y laboral de su localidad, donde era conocida y apreciada. Pero el señor Rufo nunca pensó que acabaría siendo “cartero rural” en Ademuz:
  • <No, yo nunca pensé en ser cartero... La cosa fue que el señor Mariano, el cartero que atendía entonces las aldeas, era muy amigo de mi cuñado, el carnicero; y a su través me ofreció la posibilidad de solicitar el puesto. El señor Mariano me dijo lo que él hacía y me preguntó si lo quería hacer yo. Le dije que bueno..., así que hicimos los papeles, solicitando el puesto, y cuando él se jubiló me lo concedieron... Sí, mi cuñado era carnicero, y subía también por las aldeas, a comprar animales para la carnicería>.


Ciertamente, los carniceros de la Villa solían ir a las aldeas a comprar animales, los sacrificaban y despiezaban en la misma localidad donde los compraban, para bajarse la carne a Ademuz, donde la vendían en su tienda.[8]




Detalle de la entrada, puerta apaisada y silla de enea en Val de la Sabina-Ademuz (Valencia), 2009.


Pregunto al señor Rufo por su trabajo, en qué consistía, cuál era el día a día de un cartero entonces:
  • <¿En qué consistía mi trabajo...? Mire usted, cuando llegaba de las aldeas, sobre las tres y media o cuatro de la tarde, iba directamente a Correos, que entonces estaba donde la carnicería de Paulino, en el portal de San Vicente, frente a la iglesia. Luego lo pasaron a la plaza del Ayuntamiento, donde está ahora. Allí depositaba las cartas que había recogido en las aldeas y me entregaban las que debía repartir al día siguiente. Y me iba a casa, para comer y descansar... A la mañana siguiente, sobre las seis y media, salía de Ademuz hacia el Val de la Sabina, que está a 4 kilómetros, entre media hora y tres cuartos de hora andando: cruzaba el puente del Sotillo –sobre el Turia- y me encaminaba rambla arriba. Iba vestido con mi ropa, aunque nos daban uniforme de cartero, pantalón, camisa, tabardo e impermeable..., pero yo llevaba casi siempre la mía. No, no llevaba gorra, ni sombrero..., no me ha gustado llevar nada a la cabeza>.
  • <Las cartas y demás cosas, certificados, giros, reembolsos y eso lo llevaba en una cartera tipo morral. Había veces que llevaba hasta cien mil pesetas; entonces había muchos giros, porque las pensiones de los viejos se pagaban en metálico. Una vez, estando en la Puebla, le llevaba a una mujer un giro de cincuenta mil pesetas. Al verme en la plaza me dice: Rufo, ¿llevas eso...? ¡Dámelo pues! -yo le dije que no, que tenía que ser en su casa-. Claro, (porque) tenían que firmarme el recibí y todo el trámite; además, yo procuraba que nadie viera lo que llevaba... Sí, había que ser muy cuidadoso, porque tenía mucha responsabilidad con la correspondencia, que era una cosa muy seria>
  • <No, yo nunca he tenido miedo de ir por el monte. [Y cuando iba de camino] Tampoco cantaba ni silbaba, pero fumaba mucho. Recuerdo a don Paco, un practicante de Ademuz, que durante la guerra había estado en el Hospital de Sangre de Torrebaja. Don Paco sabía como un médico en cuestión de heridas, y un día me dijo: ¿Tú, fumas? ¡Pues no fumes, porque al ir cuesta arriba aspiras más hondo y el humo te llega más adentro, y es peor...! Yo fumaba “Celtas” cortos, sin filtro; al pasar por el bar me compraba un paquete y cuando volvía ya lo llevaba a escape... No, estrés no tenía, era por el vicio..., que lo tenía muy agarrado. Quise dejarlo muchas veces, y me aconsejaban que tomara caramelos. Pero nada, me encontraba con el forestal u otro por el camino y me ofrecían un cigarro, y como yo no sabía decir que no, pues lo cogía otra vez. Hasta que dije: ¡No, que quiero dejarlo, no fumo más...!. Y lo dejé, llevo más de treinta años sin fumar. Pero tengo más de treinta puros en una caja, de los que me daban las mujeres por los bautizos y las bodas, ahí los tengo, que ya deben haberse estropeado. Pero ya no he vuelto a fumar nunca más...>.
Vista general del caserío de Mas del Olmo-Ademuz (Valencia), 2011.


Se alude aquí a don Paco, el practicante… –se refiere a don Casimiro Zaragozá Santamaría (alias) don Paco, que durante la Guerra Civil (1936-39) estuvo trabajando en el Hospital de Sangre de Torrebaja-.[9]

© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).





[1] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Rufo Antón Hernández, la persistencia de la memoria, en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, pp. 247-254.
[2] MADOZ, Pascual. Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus Posesiones de Ultramar, Madrid, 1846, tomo I, pp. 82-83. SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Ademuz en la primera mitad del Ochocientos: P. Madoz (1846), en: Del Paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, pp. 291-303.
[3] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. A don Ángel Antón Andrés, in memoriam, en: http://sanchezgarzonalfredo.blogspot.com.es/2012/07/angel-anton-andres-in-memoriam.html, del lunes 17 de octubre de 2011.
[4] ANTÓN ANDRÉS, Ángel. Don Manuel Antón Blasco, en: Necrológica, Ababol 23 (2000) 5.
[5] SÁNCHEZ GARZÓN, A., Referencias iconográficas a la Guerra Civil (1936-39) en el Rincón de Ademuz y simbología franquista en la zona, en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2007, vol. I, pp. 183-195.
[6] Fundación Privada Máximo Soriano Jiménez, en: http://www.fundsoriano.es/. Síntesis Médica Mundial (Barcelona, 1940), en: http://www.ome-aen.org/cronicon/1940/sintesismedicamundial.htm.
[7] Vierzon. (2012, 29 de octubre). Wikipedia, La enciclopedia libre. Fecha de consulta: 19:21, diciembre 2, 2012 desde http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Vierzon&oldid=60937820.
[8] SÁNCHEZ GARZÓN, A., Carniceros ambulantes de Ademuz: notas, anécdotas y sinsabores de aquellos trabajos, en remembranza de aquella actividad, en: Costumbres, Oficios, Fiestas y Juegos de antaño, Ababol 44 (2005) 7-12. ID., Ibíd., Del paisaje (I),..., Valencia, 2007, pp. 211-215.
[9] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. El Hospital de Sangre de Torrebaja durante la Guerra Civil (1936-39), en: Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, pp. 85-94.